EL DOCTOR de José Miguel SOTO JIMÉNEZ

La exposición presentada por el escritor e historiador Manuel Núñez en el acto de puesta en circulación de la obra «El Doctor», del ex ministro de Defensa José Miguel Soto Jiménez

Por Manuel Núñez

El título de esta obra, El Doctor es una perífrasis, la manera tácita de nombrar a Joaquín Balaguer, uno de los hombres que mayor huella ha dejado en todas las generaciones de dominicanos del siglo XX. El conocimiento de la vida y de la obra de Balaguer ha sido expuesto casi exclusivamente por sus enemigos políticos. La imagen de Balaguer que campa por sus respetos en los manuales escolares ha sido creada por gente que lo odiaba o por personas—periodistas e historiadores—que habían hecho carrera denostándolo e incluso echándole su reputación a los perros.

 Soto Jiménez reconoce que: “ningún personaje de nuestra historia política fue más insultado y vituperado de tan múltiples maneras, con o sin razones evidentes, que Joaquín Balaguer Ricardo, sobre todo, a partir de 1961(pág. 146).  Se le llamó: marioneta, títere, homosexual, ladrón, asesino, pendejo, mariquita, afeminado, genocida, muñequito de papel, cinturita de mujer.  Muchos de los hombres y mujeres que se dedicaron a combatirlo con una volcánica descarga de insultos zafios, cuando Balaguer salió del teatro político, parecían fantasmas, zombis; soldados desmovilizados, se quedaron sin discurso.

En toda esa refriega, se echa de ver una de las cualidades de  Balaguer que es la templanza. ´

El autor explica los propósitos de esta obra: “Mi libro es un amasijo de impresiones y reflexiones personales en idesarrollo (…), que saltan como arlequines del mundo de las ideas al sustrato de la realidad inconcebible” (pág. 39).   A seguidas nos recuerda que Balaguer fue: “orador, escritor, historiador, periodista, crítico, ensayista, poeta, diplomático, académico y todo ello al servicio de su gran pasión que era el poder político.”

El lector no puede echar en el olvido que José Miguel Soto Jiménez es, sobre todo, un poeta y un escritor, que tiene el temperamento de los lebranchos, que puede nadar en agua dulce y en agua salada alternativamente. Y esta es una clave esencial para comprender el estilo de esta obra. Hay, pues, dos formas de aproximación a Joaquín Balaguer en la obra El Doctor:

  • la primera la del testimonio, a veces analítico o la exposición de sus particulares pareceres;
  • y la segunda, la del literato, que convierte a Balaguer en un personaje de ficción. En efecto, al examinar este aspecto de su obra, nos tropezamos con sus versos relampagueantes. He aquí algunas muestras:

“Mediador de nuestra angustia, amuleto viviente de nuestros odios y nuestra falta de voluntad, huésped paciente de nuestros delirios; usar la palabra sonora encantar a los hombres, cautivar a las mujeres y embrujar a los ofidios, y los héroes se durmieron en la abulia geriátrica de los supervivientes del rencor, su inhumación fue un largo parto truculento, la taumaturgia indudable de sus argucias, amor tardío llama glacial que ya no quema; se acostumbró a existir entre la inconsistencia del día, de la tarde y de la noche, y la insoportable levedad del ser; en la celda clerical de sus mundo de sombras; había sobrepasado las memorias físicas del odio y del amor, oteando entre sombras el descalabro de su perpetuidad”

Para explicar esta obra singularísima de José Miguel Soto Jiménez centraré mi atención en tres grandes aspectos:

1) El retrato de Joaquín Balaguer, realizado por el autor desde su experiencia personal, pública y desde su perspectiva de historiador;

2) la figura de Balaguer en el inconsciente colectivo dominicano

y 3) una realidad, que supera la ficción.

Una vez que ya hemos trazado un principio de clasificación entre sus diferentes partes, el toro entra en el ruedo y comenzamos la faena.

  1. Un retrato de la personalidad de Joaquín Balaguer (1906-2002)

Cuando se trata de un testimonio, son muy importantes las credenciales del testigo. En el caso particular, del Mayor General José Miguel Soto Jiménez, el conocimiento de Joaquín Balaguer se halla empotrado en su infancia, en sus vínculos familiares con personajes del círculo íntimo del Presidente Balaguer y en los comienzos de su carrera militar. Su abuelo Miguel Ángel Jiménez, Cuchico, fue grandísimo o amigo y funcionario de Joaquín Balaguer. Ambos poetas y escritores santiaguenses, combatieron, cuando eran mozalbetes, la ocupación estadounidense de 1916-1924; anduvieron de media madrina con el que fuera su gran inspirador y maestro, don Américo Lugo; se incorporaron al mismo tiempo al régimen que se inició en 1930, bajo la jefatura del General Trujillo y ambos llegaron a ser Secretarios de Estado. Joaquín Balaguer fue el padrino de bautismo de Soto Jiménez, el nieto de Cuchico y fue, además, el padrino de sus bodas, con Mercedes Thorman Peynado.

Posteriormente, en los comienzos de su carrera militar, fue parte de la escolta del Cuerpo de Ayudantes del Presidente Balaguer, establecida en la Máximo Gómez, 25.  Son esas las credenciales del testigo.

En todos esos años, Soto Jiménez desarrolló una notabilísima carrera militar en sus dos vertientes:

  • Como oficial académico llegó a ser durante casi una década director del IMES (Instituto Militar de Estado Mayor), Director de la Revista Militar; hizo el curso de guerra de guerrillas con las Fuerzas Armadas de Colombia, donde se hizo paracaidista en la división de Lanceros; diplomado de Seguridad y Defensa en Washington, donde llegó, parejamente, a representar el país como agregado militar de la República Dominicana; fue condecorado con la orden del mérito militar por el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld; se destacó junto a su comandante Ramiro Matos como historiador militar, profesor de geopolítica, poeta y ensayista con una prolija producción bibliográfica.
  • Como oficial de comando, fue comandante de la división de cazadores de Constanza; estuvo varias veces de comandante en la frontera dominico haitiana; fue autor del Plan Gavión para la contención de la población del país vecino; y del plan Estrella de Occidente; fue ayudante militar de varios ministros de defensa y fue Director de Operaciones de las Fuerzas Armadas.

De alguna manera, tras los remezones provocados por su amistad con José Francisco Peña Gómez, que venían de viejo, y tras el rifirrafe producido por las litigiosas elecciones de 1994 revelaron que, en las Fuerzas Armadas, había un conciliábulo de oficiales enfrentados por la gresca electoral.

Soto Jiménez se hallaba en la otra orilla.

En esos momentos, los generales y los allegados al Presidente Balaguer pidieron insistentemente que fuera expulsado o puesto en retiro de las Fuerzas Armadas. Toda la carrera de Soto Jiménez estuvo a un tris de desvanecerse. Pero el Presidente Balaguer no lo puso en retiro. Probablemente para honrar la memoria de su amigo Cuchico, del cual llegó a decir, en algún momento, que fue el hermano mayor que nunca tuvo.

Ante el tribunal de la historia

Soto Jiménez describe a Balaguer como el hombre de las transiciones:

En 1961, se convirtió en la avanzadilla de la destrujillización. Lleva a cabo la transición desde la dictadura a la democracia. Desbarata el instrumento político de la dictadura: el partido dominicano; distribuye sus fondos; libera a sus afiliados; anula las contribuciones obligatorias de los asalariados; refrenda las leyes anti trujillistas; declara en Naciones Unidas que ahora empieza una nueva era democrática; le devuelve el nombre a la ciudad de Santo Domingo y a todas las demarcaciones que le rendían culto a la personalidad del dictador. Le otorga la autonomía a la Universidad. En el lugar donde se hallaba la residencia del dictador construyó la Biblioteca Nacional y donde se hallaban las mansiones de sus allegados hizo la Plaza de la Cultura, y durante los discursos oficiales, solía colocar detrás de su poltrona la figura del general Antonio Imbert Barreras, uno de los conjurados del 30 de mayo, señal de que se estaba ante un nuevo poder, que había llegado por la palabra y no por la fuerza de los fusiles.

El 1966, pudo capear un período de Guerra Fría, donde una porción de la izquierda, había querido convertir la lucha de clases en guerra civil e implantar un régimen revolucionario. Esa izquierda le declaró la guerra popular, tras las conferencias Guido Gil e Hilda Gautreaux; asesinaba policías, asaltaba bancos, y se había propuesto derrocarlo con la guerra total o con el Golpe de Estado. La izquierda secuestró al coronel Crowley, agregado militar de EE UU; a Barbara Hutchinson, agregada cultural; sus epopeyas fueron rematada con algunos conatos guerrilleros: la guerrilla de Caamaño, la de Rubirosa Fermín y de otros. Esas circunstancias llevaron a la embajada a utilizar nuestro país como lugar de experimentación de la doctrina militar de Maxwell Taylor, servida por la misión militar estadounidense. Los mecanismos represivos: grupos paramilitares, persecución policial indiscriminada se hallaban relacionados con esa circunstancia.

Soto Jiménez subraya que Balaguer fue combatido por la derecha y por la izquierda. La derecha encarnada en Bonelly, Robles Toledano, Unión Cívica Nacional, lo expulsó del país y la izquierda le libró una guerra sin cuartel. Esa derecha recalcitrante lo combatió ferozmente por el programa de las leyes agrarias de 1971, y que Balaguer había introducido inspirado en las reformas de Joaquín Costa. Por esos tiempos se debeló la conjura “Águila Feliz”, de grupos latifundistas que lo veían como una amenaza a la propiedad privada.

En la arena política, Balaguer se enfrentó a un liderazgo bicéfalo representado por el tándem Bosch-Peña de una izquierda moderada. Posteriormente, a partir de 1973, se enfrentó a un liderazgo tripartito el PLD, radicalizado bajo el mando de Bosch; Peña Gómez que hizo alianzas con las grandes democracias de Europa y con los liberales de Washington, y cuya sagacidad política le puso fin a su continuismo.

 Pero la mayor de las transiciones y la más difícil se produjo en la década de 1970, cuando el Presidente Balaguer condujo la economía del país de una economía basada en la exportación de azúcar, como sigue siendo Cuba, a una economía basada en los servicios, el turismo y las zonas francas. No se dejó vencer por el pesimismo. Balaguer construyó los puertos y aeropuertos, creó las leyes de Infratur, estableció los cuatro grandes enclaves del desarrollo, y el país siguió creciendo, y hoy la República Dominicana lleva el liderazgo del turismo en todo el Caribe.

 Nadie como Balaguer había luchado contra el olvido. Aplicó la máxima de Adriano “Hacer lo que más prevalezca para que te recuerden”. En realidad, Balaguer no gobernó para la próxima elección, sino para la próxima generación.  En 1966, el país tenía 12% de capa boscosa, algo menos que Haití que contaba con un 13% y continuaba desforestándose a un ritmo acelerado. Balaguer se dispuso a salvar la continuidad del territorio; prohibió el corte de madera; impuso el gas propano como combustible de las cocinas; creo las disposiciones legales de todos los parques nacionales; de las 111 zonas protegidas, 106 fueron creadas por su exclusiva disposición; inició la política de reforestación masiva y la política de manejo de las aguas: de las 32 presas con que cuenta el país, 22 fueron construidas por Balaguer, y al entregar el gobierno en 1996 se había pasado de un 13% de capa boscosa a un 39%. Creó, además, los instrumentos de la cultura para proteger el territorio y la biodiversidad: El jardín Botánico de Santo Domingo, el Parque Zoológico, el Acuario Nacional y el Museo de Historia Natural y los parques Mirador Sur, Mirador Norte, Santo Domingo Oriental y otros. El objetivo era crear la conciencia en las generaciones de dominicanos de que debían preservar la naturaleza, la biodiversidad, las aguas y el paisaje, los elementos fundamentales de nuestra continuidad histórica.

 A esa gigantesca obra de gobierno se añaden carreteras, parques, puertos, aeropuertos, caminos vecinales, canales de riego, escuelas, infraestructuras deportivas, avenidas, autopistas, la plaza de la cultura, la plaza de la salud y el mayor programa de construcción de viviendas unifamiliares y multifamiliares.

Colocada su obra en el celemín, ningún gobierno ha construido más en los últimos doscientos años.

   Pero Balaguer sabía que el juicio que se hacía del gobierno de los doce años podía desdibujar su obra, y, en vista de ello, en un discurso pronunciado en San Cristóbal hace su mea culpa:” declara sin ambages que los excesos y los crímenes que se cometieron, durante los llamados doce años, “se debieron a que tuvo que gobernar con unas Fuerzas Armadas medularmente trujillistas”

2. Las lecciones políticas

Balaguer había sido examinado por las generaciones políticas como un oráculo. El éxito era su mejor abogado.  Aún hay personas que examinan sus maniobras truculentas y buscan en la realidad de un comportamiento matrero, alguna sabiduría, alguna lección.  Soto Jiménez enumera los elementos que definen ese aspecto de la personalidad de Balaguer, y para clarificarlo, lo he compaginado con las lecciones de   El político de Azorín. ¿cuáles son esos elementos del carácter del político?

1) la templanza o fortaleza;

 2) la virtud de la eubolia o ser discreto; el hombre dueño de su silencio y esclavo de lo que dice;

 3) no proclamarse públicamente todo su pensamiento; mantener la duda con la relación a la opinión que tenemos sobre las cosas;

4) No tener impaciencia, saber esperar es una de las cualidades mayores del caudillo de Navarrete; no hay que precipitarse;

 5) el equilibrio consiste en ser entero o condescendiente; navegar de cuando en cuando con la corriente;

6) desdén para el elogio, Balaguer aprendió los motivos de la lisonja durante la dictadura;

 7) permanecer impasible ante el ataque, en muchos pasajes, Soto Jiménez, nos refiere el hábito de Balaguer de desentenderse; hacerse el tonto;

8) fingir la fuerza del león y la astucia del zorro: Soto Jiménez subraya en Balaguer se propone: actuar cuando hay que actuar, no hacerlo nunca sin verdadero provecho;

10) Soto anota que Balaguer empleo para gobernar hasta su tragedia y desgracia personal, colocando su ceguera y sus achaques, para hacerse subestimar por sus enemigos;

11) a los enemigos hay que tenerlos cerca, para saber qué hacen y a los amigos con soga corta para que no se propasasen.

12) su deporte favorito fue perdonar desde el poder a sus más enconados enemigos, adversarios y críticos de antes. La lista hace legión: Pablo Rafael Casimiro Castro, Rafael Bonilla Aybar, Ramón Lorenzo Perelló, Guaroa Liranzo, Caonabo Javier Castillo, Antonio Imbert, Velasquez Mainardi, Wessin y Wessin y otros. Como decía, Oscar Wilde: “perdona a tu enemigo, nada lo ofenderá más”.

 13) El uso oportunista del desconcierto, Balaguer se rodeaba de hombres incondicionales, alejados de su mundillo cultural y sorprendía con sus nombramientos extravagantes; para mostrar que el poder era él;

 14) Balaguer que personalmente no es corrupto, cuando se trataba de mantener el poder se hacía de la vista gorda ante la corrupción. Es la clásica ración del boa. Encaja con el propósito de Balaguer puesto de relieve por Soto “descabezar el prestigio de aquellos servidores que le pueden hacer sombra”.  Y la prueba al canto: los ejemplos grandilocuentes de Fernando Álvarez Bogaert y de Víctor Gómez Bergés, ambos defenestrados, tan pronto se insinuaron como probables delfines.

15) No hay perplejidad ni indecisión en el ánimo del político; los pactos y la palabra no se cumplen si han cambiado las circunstancias y particularmente cuando son de boca.

Ese es, en resumidas cuentas, el vademécum de su práctica política de Balaguer

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  • Vamos ahora al segundo punto de este periplo. Balaguer como habitante del inconsciente colectivo. Su nombre se ha alojado en las representaciones colectivas compartidas por el pueblo dominicano. Su desaparición física dio paso a una demostración de duelo popular extraordinario. Las multitudes que le arrebataron el ataúd al cortejo oficial, gritando enardecidas: “se murió papá”; no hay nadie más para sustituirte y la tonadilla merenguera: “parao, parao, el viejo murió parao” “Balaguer sin ti se hunde este país”. Todo en Balaguer se haya trufado de enigmas. En su lecho de muerte Rosa Domínguez le leía los sonetos predilectos. Ninguno dedicado a personas fallecidas. Después de la visita del cardenal, le pidió a su médico personal, Charles Dunlop que le sacara el corazón el día que expirara y lo depositase en la tumba de su padre, en Santiago. Cosa que no hicieron sus partidarios para que fuera posible la resurrección.
  • El tercer aspecto es el de una realidad que supera sobradamente lo novelesco. Un gobernante ciego, un nonagenario mortificado por la vejez, con las piernas quebradas por la flebitis, obligado a permanecer de pie en las largas ceremonias oficiales, batiéndose cada día como un náufrago contra los estragos de la vejez y llevando, además, las riendas de una nación complicada.

 El autor de este libro nos refiere los comentarios que suscitaba en el mundo este heroísmo solitario. Nos dice, que, en varias ocasiones, hallándose fuera del país en cursos de capacitación, la mayoría de los oficiales extranjero, no podía comprender cómo era posible que su comandante en jefe fuera un anciano, ciego y enfermo.  Era a los ojos de muchos algo sobrenatural.  En 1993, durante la Conferencia de Revistas Militares del continente, celebrada en Chile, el general Augusto Pinochet, en entrevista privada con el coronel Soto Jiménez se preguntaba cómo se las hacía el doctor Balaguer para dirigir y controlar el gobierno en su estado de invidencia. No pudo ocultar su asombro y su admiración.

En más de una ocasión, Balaguer lograba engatusar a sus enemigos, diciéndole: “yo ya estoy muy viejo; yo ya me voy”. Pero se quedaba. El único propósito que tuvo toda su vida era gobernar a los hombres, sin usar la fuerza, pero sin prescindir de ella.

Balaguer, hombre de cultura enciclopédica, sabe que está viviendo “a la manera de Tiresias, aquel clarividente ciego, a quien Zeus “el rey de los felices” le dio el don de la adivinación, en compensación retributiva, porque Hera, la esposa del padre de los dioses, le había quitado, iracunda, a Tiresias la visión “(pág.175). No es acaso un destino literario, el hecho de que este pastor ciego, encuentre a sus semejantes en personajes de la literatura clásica. “sufre su tragedia como si fuera Edipo Rey   deambula por la oscuridad, que propician sus ojos muertos, buscando a tientas su destino, apoyándose en el báculo de sombras de su habilidad, su talento indudable, su cultura y la inercia de lo que antes fue, para seguir siendo después, en la llamada inevitabilidad de la historia (ídem).

En sus lucubraciones literarias, Soto Jiménez imagina en varios pasajes, que Balaguer, al igual que Mozart, le hubiera gustado escribir su propio réquiem, la oración fúnebre, con la cual concluir su vida.

En todos esos años, el rumor público y sus enemigos de la prensa lo habían matado muchas veces. Sin embargo, él siempre volvía de la muerte como la cigarra.  Sobreviviente de sí mismo, se había relevado a sí mismo en varias ocasiones. Y llegamos al fatídico año de 1994.

En esos momentos, Balaguer se hallaba sin el apoyo de los poderes fácticos. Había perdido el respaldo del poder económico, la cúpula empresarial, los llamados ricos dorados, le habían dado la espalda; había perdido el apoyo militar, en las fuerzas armadas, había camarillas preparadas para una probable remoción de su mando, sustentada con el respaldo de Estados Unidos; había perdido el sostén del poder de la iglesia, dividida en una batalla confesional. Y, sobre todo, había perdido el apoyo del poder extranjero, representado por los Estados Unidos.

En verdad, desde el final de la Guerra Fría en 1989, Balaguer había dejado de tener apoyos firmes en Estados Unidos. En 1978, no le tomó el teléfono a Cyrus Vance, Secretario de Estado; se negó a recibir en su casa al embajador Yost, obligándolo a pedir cita por la Cancillería. En el gobierno de los diez años, las tiranteces continuaron. Se opuso a que se usara el territorio dominicano para llevar a cabo la invasión de Haití, en la operación Defender la Democracia de 1994; se negó a que el ejército dominicano participara como tropas de ocupación en Haití, argumentando desavenencias históricas; rechazó el embargo impuesto por EE UU al gobierno militar de Haití y finalmente se negó en redondo a que se instalaran en territorio dominicano campos de refugiados haitianos. Todo esto era parte de una guerra sorda que Balaguer libraba contra los EE. UU.  Por otra parte, tras la Operación Causa Justa llevada contra el gobierno de Panamá, Balaguer rompió el embargo a Cuba, y se comenzó a exportar grandes cantidades de mercaderías para el turismo cubano desde Puerto Plata; autorizó desde el comienzo del gobierno de los diez años, dos vuelos semanales de Cubana de Aviación; envió al Vicepresidente Peynado con una delegación de empresarios dominicanos a la isla de Cuba para hacer alianzas comerciales. En cuanto a las relaciones bilaterales se mantuvieron igualmente tensas. EE. UU les negaba el visado a todas las autoridades implicadas en las violaciones de los embargos, y Balaguer, daba su autorización muy a regañadientes para que las naves de combates USAF pudieran utilizar nuestro espacio aéreo.

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Y así llegamos a 1994, que parecía un paseo militar para la oposición a Balaguer. Sin embargo, el doctor Peña Gómez no pudo derrotarlo. Las elecciones fueron litigiosas. No haremos la historia de las cosas que no ocurrieron. Pero están ahí los testimonios de todo lo que se barruntaba tras bambalinas. Estados Unidos estaba apoyando abiertamente a un sector militar para derrocar a Joaquín Balaguer. Ahí están las maniobras del embajador John Graham y los desplantes de Balaguer. Estamos en la porción más apasionante de este libro extraordinario. Un episodio de nuestra historia reciente descrito de manera magistral por Soto Jiménez:

           Presentación de la crisis de 1994. Cuestionamiento de las elecciones. Exigencia del poder extranjero para la implantación de campos de refugiados. La pérdida del apoyo de todos los poderes fácticos. El poder extranjero. El poder económico, el poder religioso y el poder militar. El hombre que enfrentaba ese conciliábulo de fuerzas, estaba ciego, enfermo, intoxicado con el dormicum, todavía deslumbraba en las cumbres presidenciales, pronunciando unos discursos de anciano memorioso. Ese hombre fue finalmente vencido el 10 de agosto de 1994. Se les recortaba el periodo electoral a dos años; se le prohibía constitucionalmente ser candidato en 1996, y “se le hacía ver que su tiempo había terminado y que el fin estaba cerca, simplemente porque su ciclo se había cerrado·”.

Es, entonces, cuando se produce el incidente del 29 de enero de 1995. Desde hacía meses el Presidente no dormía; lo habían saturado de dormicum, de cortisona y otros medicamentos para devolverle el sueño, controlar la flebitis y sobrellevar los estragos de la vejez.

 Ese día, escribió una carta, prometiendo que denunciaría a una porción importantísima de empresarios y dueños de medios de comunicación como evasores de impuestos e incluso se permitió desafiar a un duelo a tiros a varios de ellos. Los acontecimientos fueron con una rapidez inusitada, el director de El Nacional, don Mario Álvarez Dugan, alarmado por la carta que le entregó el general Pérez Bello, llamó a Roberto Santana, rector de la Universidad, en quien Balaguer había imaginado como candidato vicepresidencial de Jacinto Peynado o senador por San José de Ocoa por el PRSC. Santana se presentó ante el coronel Soto Jiménez, para tratar de evitar un escándalo que hundiría a todo el país en el desconcierto: el presidente Balaguer se había desconectado de la realidad. Y esa carta demostraba el declive y acaso el naufragio en un delirio o en una alucinación devastadora. Por fortuna, pasadas las cuarenta y ocho horas, el presidente Balaguer recuperó la lucidez y ni siquiera preguntó por la carta.

De nuevo se enfrentaba a la derrota que le habían prefijado el 1996 como el día de cambio de mandos. Siguió combatiendo a sus adversarios que le habían colocado la última barrera, cuando ya se le creía completamente derrotado, decidió apoyar en segunda vuelta a Leonel Fernández, el 2 de junio de 1996, venciendo con ese golpe de manos, a todos aquellos que se preparaban para humillarlo. Pudo decidir, cuando ya parecía derrotado, quién sería su sucesor.

A poco de su muerte, el Congreso Nacional, sede de la soberanía nacional, lo proclamó como padre de la democracia. Acaso porque le evitó al país el trauma de una segunda vuelta, reconociendo la victoria en las elecciones del año 2000 del ingeniero Hipólito Mejía, que no obtuvo el 50% de las votaciones.

He disfrutado enormemente la lectura de este libro deslumbrante por su prosa, henchida de relámpagos poéticos y por las lecciones políticas que nos deja.

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