El Trovador Mayor

Lockward nos hizo partícipes a través de sus canciones de las venturas y desventuras de su vida

José del Castillo Pichardo

En el imaginario popular Juan Lockward Stamers (1915, Puerto Plata-2006, Santo Domingo) es el juglar de honduras y noches de guitarra desgarrada, el inquieto bardo de dilemáticas vivencias, compañero de bohemia del poeta Héctor J. Díaz, de cuya fecunda amistad nacieron composiciones memorables como Quiéreme cual yo a tiAmor ocultoAusencia, Regreso.

Vástago de una familia musical cuyo patriarcado ejerciera el maestro Danda (oriundo de Turks Islands, amigo de Sindo Garay, el autor embrujado de Perla Marina), Juan es el afortunado cantor de la tierra pródiga (Que Dios bendiga el Cibao), de su entrañable pueblo marinero (Puerto Plata, Poza del Castillo, Yo soy de la Costa Norte, Tu paisaje) y de la que fuera su patria chica de adopción (Santiago, Allá en mi juventud), cultora como la que más del bolero, el son y el merengue liniero.

Enamorado del amor y de la vida este «Mago de la media voz» -como le bautizaran temprano en Borinquen-, siempre estuvo trenzando metáforas y melodías en las pulsaciones sonoras del vibrante cordaje de su encantada guitarra. Por eso, en homenaje al instrumento que tan fiel le fue, compuso su emblemática Guitarra bohemia, llevada al acetato por Luis Vásquez y Francis Santana.

Entrando por la puerta ancha del bolero, escoltado por Sin ti, un hit de Los Panchos de la autoría de Pepe Guízar, y por el ya clásico Flor de Azalea del tándem Esperón-Gómez-Urquiza, apareció Dilema, de Juan Lockward, en las voces y guitarras perfectamente sincronizadas del trío que llenó de gloria durante medio siglo la historia del romanticismo latinoamericano. Inmortalizada por Los Panchos en el cine mexicano de los 50, la versión en tiempo de salsa sinfónica de Johnny Ventura -con estupenda orquestación, coros y solo de flauta- es uno de los mayores aciertos en la larga carrera que ha recorrido Dilema.

Como auténtico juglar, Lockward nos hizo partícipes a través de sus canciones de las venturas y desventuras de su vida: la infancia feliz y descalza en Puerto Plata, los baños en la entrañable Poza del Castillo, el recalar juvenil en Santiago, la ciudad corazón, «en busca de una dicha apetecida». Nos envolvió en sus conquistas sentimentales, en los bajíos de sus sinsabores y en la nostalgia acunada del querer perdido.

Para conocer la obra de Lockward, nada mejor que exponerse directamente al embrujo de sus versos en la voz quebrada que caracterizó su estilo y deleitarse con las matizaciones melódicas de su diapasón. Así sucede con temas como Mi vida bohemiaAmor oculto, Por qué no ha de ser, Ayúdame a olvidar, Cuando yo te olvide, Fruta en sazón.

Quien busque iniciarse en los misterios de este autor e internarse en los meandros de sus amores y desamores, tras repasar sus clásicos, debe escuchar Como en una cruz, con un vaivén rítmico cadencioso a la manera de un fado portugués. Pieza que nos recuerda las composiciones del brasileiro Pixinguinha  (Carinhoso) o los temas melosos de la morna del archipiélago de Cabo Verde popularizados por Cesaria Evora. Esta composición contiene la belleza esencial de la magia poética de Lockward y muestra su acertado fraseo musical.

Otras versiones antológicas de sus inspiraciones llevadas al disco son las del buenazo Nicolás Casimiro en Flor de té y el galante elegante Guarionex Aquino en Santiago. Lope Balaguer domina como el que más Cuando yo te olvide, mientras Niní Cáffaro se crece en Ayúdame a olvidar. Un tratamiento delicado lo impone Fernando Casado en Felicidad, quien también hace dúo magistral con Cáffaro en Quiéreme cual yo a ti.

Asimismo, José Emilio Joa -el queridísimo Chino de aquelarres amables compartidos- despliega la dulce textura de su voz en Mi vida bohemia. Víctor Víctor y Francis Santana recrearon varios temas de Lockward insuflándole nuevos giros, al igual como lo hicieran Rafelito Martínez con el Conjunto de Ramón Gallardo, Rafael Colón y Fausto Rey en dueto memorable, entre otros intérpretes que se han arrimado a la producción poético musical de nuestro trovador mayor.

El maestro Rafael Solano -quien nació, «como Juan, en la falda de la loma» Isabel de Torres y a quien “también, como Juan, le arrullaron las palomas”- ha sido consagrado cultor de la obra artística de nuestro bardo sin par. Su excelente producción Juan Lockward La Guitarra Bohemia Inmortal, en la colección de Canciones Dominicanas en Concierto patrocinada por el Grupo León Jimenes, le rindió un merecido tributo a este juglar tropical que ha enriquecido con su canto los registros poéticos del alma nacional. En reconocimiento a la obra portentosa de su compueblano, Solano compuso Como Juan, un pambiche evocador que él mismo popularizara con su voz en el apogeo de su demandada orquesta bailable. Contrapunto de biografías fraguadas al embrujo de la magia que emana de la cosmopolita Novia del Atlántico.

Como trovador de raza, Lockward se asomó al tema de la naturaleza y el paisaje. Con su paleta magistral, fue el gran colorista del parnaso musical dominicano. Que Dios bendiga el Cibao canta a la tierra pródiga de la región central de la isla, a manera de un son montuno cubano o de una milonga campera argentina que alienta al payador a contar su historia. Es un texto ubérrimo en el cual el cantor asume la función seminal del poeta al describir la obra moldeada por la naturaleza y nombrarlo todo, al modo del quehacer de Walt Whitman en Hojas de Hierba.

De un ritmo lírico y musical espléndido, la pieza discurre entre frutas y frutos, palmas y flores, en medio de un paisaje poblado por pajuiles engalanados e imponentes guaraguaos. Su primera estrofa arranca afirmativa: “Es la tierra del Cibao/la más fértil del país/En ella se da el maíz/y también se da el cacao/Las piñas como melao/se dan en esa región/Abunda mucho el limón/ el café y el aguacate/Y plátanos y tomates/se dan allí por montón”. Dando paso al estribillo exultante que acompaña esta amplia radiografía de la riqueza cibaeña: “Fértil región de las palmas/ del café y del cacao/ Que Dios bendiga mil veces/ a esa tierra del Cibao.”

La descripción nostálgica del solar natal brota con fuerza en sus temas porteños. Allí la voz del poeta cantor nos traslada al “pueblito encantado”, en cuyas playas ha sido “un pirata valiente y audaz”. En bucólica evocación nos ofrece su testimonio bautismal: «Yo nací en la falda de la loma/ Yo nací a la orilla de la mar/ Me arrullaron las mágicas palomas/ el cantar de un arroyuelo/ y la brisa de un palmar» (Puerto Plata).

La saudade acude presta en Poza del Castillo, para marcar un contrapunto autobiográfico que representa a varias generaciones que gozaron el solaz de este baño marino y resintieron la terrible impronta del tiempo con sus cambios irreversibles. “Tus aguas se agotan/ y me agoto yo/ Y se va perdiendo/ aquel tiempo que pasó”.

En Santiago traslada el ensueño a sus años de correrías juveniles, de serenatas y amanecidas, confundiéndose la huella memoriosa con el trazado de su geografía urbana, pleno de encanto pasional. «Mi vida intranquila/ Mi vida bohemia/ Tenía perfume/ Como una gardenia».

Su trabajo en colaboración con el poeta de la gente, Héctor J. Díaz -bohemio, locutor, promotor de la cultura, personaje casi mítico fallecido en 1950 a los 40 años-, cubrió páginas señeras de la tradición trovera, como lo revela Regreso. Una composición con sabor a milonga, olor a naturaleza, a bosques salutíferos, en la cual se expresa una filosofía naturalista (o medioambiental al decir en moda), purificadora del espíritu. En víspera del retorno al amor entrañable.

De esta mancuerna creativa Lockward-Díaz surgió también Amor oculto: «Adórame en silencio ya lo sabemos/ Y bésame con miedo y con esquivez/ Ámame en un minuto y así tendremos/ guardados más deseos para otra vez». Otra pieza de marfil, Quiéreme cual yo a ti, tiene la magia de la vieja trova, nacida para ser cantada a dos voces. Arístides Incháustegui -a quien tanto le debemos los dominicanos por sus maravillosos dones- la resaltó magistralmente en su producción Antología de la Canción Dominicana, con Lockward haciendo la voz segunda. Una versión primaveral es la del dueto Niní Cáffaro y Fernando Casado.

Como Rafael Hernández -quien en los finales de los años 20 compuso su China Santa, al influjo de la cultura oriental que el modernismo asumió con Rubén Darío a la cabeza-, nuestro bardo compuso su canción china, la delicada Flor de té, de una belleza «como porcelana era su tersa piel/ y sus besos dicen que eran dulces cual la miel».

Juan Lockward exaltó en su lírica la belleza mulata: “La india soberbia que inspira mi canto/ es una mujer singular/ de una belleza tropical/ Tienen sus pupilas el sol / y en sus labios de rosa/ se esconden las cosas/ que quiero encontrar” (La India Soberbia). Compendió en un haz metafórico flor y fémina: “Tan blanca y tan esbelta/ cuál lirio de abril/ abierto a las caricias del amanecer/ quién pudiera tenerte muy cerca/ y sentir tu embriagador aliento de flor y mujer” (Lirio de Abril). Apeló suplicante a la hembra de ébano: “Alumbra mi camino/ con tu mirar divino/ morena/ Pon fin a mi tortura/ arranca mi amargura/ mi pena” (Ayúdame a olvidar).

Nos llevó, con su imaginación de pirata de la costa Norte, enamorado incorregible, a navegar en sus aventuras y raptos sentimentales: “Vestida de marinera/ te vi una tarde desde un balcón/ y tu imagen hechicera/ quedó grabada en mi corazón/ Quisiera marinerita/ jugar contigo/ cruzar la mar/ Y en una lejana islita/ hacer un nido para descansar” (Marinera). “Fruta del huerto ajeno que me robé/pulpa jugosa y dulce de mi ansiedad/ Ahora que tú eres mía como soñé/ alguien vendrá a mi huerto y te robará” (Fruta en sazón).

Mi último encuentro personal con Lockward, ya en edad avanzada, fue en el Hotel V Centenario del Malecón. Allí estaba este enjuto mulato de frágil humanidad, a quien se homenajeaba, rodeado de familiares y admiradores de su arte. Todavía hoy resuenan sus versos reflexivos en esa voz melancólica quebrada: “Esta guitarra bohemia/ que vibra en mis manos/ ha comprendido que solo/ la pulso por ti” (Guitarra bohemia).

Loor Trovador Mayor.

Como trovador de raza, Lockward se asomó al tema de la naturaleza y el paisaje. Con su paleta magistral, fue el gran colorista del parnaso musical dominicano. Que Dios bendiga el Cibao canta a la tierra pródiga de la región central de la isla, a manera de un son montuno cubano o de una milonga campera argentina…

Fuente Diario Libre

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