La magia de los Reyes Magos

Altagracia Paulino

“Víspera de Reyes/Lleno de contento, puse mis zapatos /en el aposento/ y ya verán ustedes lo que, al otro día, lleno de alegría encontré yo allí”.

Esas letras acompañadas de una alegre melodía la cantaban mi madre y sus hermanas los 5 de enero de todos los años en los que creí en la magia de los Reyes, que fueron muchos. Me resistía a creer que no eran los padres quienes ponían los regalos. La alegría y la emoción eran tan grande que han perdurado hasta hoy.

Una noche oscura y lluviosa hubo amenaza de que los Reyes no pasaran por el mal tiempo, no obstante, buscamos la “yerba de guinea “y agua para los camellos. Ciertamente que no pasaron esa noche, pero cerca de las 10:00 de la mañana del día siguiente, 6 de enero, uno de los tíos informó que “los Reyes vienen de camino”, que debíamos escondernos porque no podemos verlos y eso hicimos.

Recuerdo que nos encerramos en una habitación, el corazón nos latía de tal forma que los “Reyes” podían sentir nuestra respiración. En mi caso, cerré los ojos hasta que al pasar un rato que nos pareció una eternidad, nos llamaron para que fuéramos a buscar los regalos.

Pura, German y Yo, éramos los tres primeros nietos, los primeros sobrinos y fuimos cómplices de una niñez sana, sin malicias de ningún tipo.

No hubo mucha sorpresa ese día, lo novedoso fue que junto a los juegos dejaron medias, vestidos, ropa, jabones de baño, polvo talco-compraron lo que se había terminado en la casa-. Esa fue la sorpresa, pero la pistola de mito de German variaba de tamaño y de color, siempre una pistola de mito.

A Pura un muñeco de goma feísimo, a mí una muñeca-nunca me gustaron las muñecas- prefería una de trapo que hacía mi mamá.

También venían unas muñecas de porcelana, que tenían las piernas en tela y la cara como la de una Geisha, los zapatos también eran de porcelana.

En nuestra niñez, en el campo, no teníamos mucha elección, porque no estábamos contaminados con la publicidad y como en los caminos no se podía montar bicicleta, ni patines, pasear a caballo era un regalo como lo sería hoy para un niño viajar en avión.

Sin embargo, disfrutábamos del equivalente a un esquí, sin trineos “rodando en un yaguacil”, carros de madera, trompos, muñecas de trapo, canoas de yagua que rodábamos por las pendientes, caballos de palos, en fin, jugábamos hasta el cansancio con todo lo que nos podían entretener las familias.

Éramos felices! Sin que nuestros padres debieran gastar muchísimo dinero. Lo que sí podemos decir es que siempre tuvimos la dicha de los Reyes cada 6 de enero, que solo una vez fueron de día, siempre sus visitas fueron nocturnas y que, mirando hacia atrás, valoramos el esfuerzo que hicieron nuestras familias para que disfrutáramos de la magia de los Reyes.

Ya viviendo en la ciudad, descubrimos cosas: una que en Santiago los regalos los dejaba el niño Jesús, que Santa Claus competía con los Reyes y que había que dejarle galletas -por eso es un viejo gordiflón-en vez de Yerba y agua.

La “Vieja Belén” es un invento dominicano para consolar a los niños olvidados por los Reyes. ¡¡Que no muera la magia!!

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