Estos tiempos bárbaros: Todas las guerras (19)

Juan T. Monegro

La región de Oriente Medio se extiende desde el noroeste de África hasta el suroeste de Asia; incluye a Israel, Egipto, Siria, Jordania, Palestina, Líbano, Chipre, Arabia Saudita, Irán, Irak, Turquía, Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Omán, Yemen y Bahréin. Es un entorno geográfico, geopolítico, ideológico y cultural particularmente muy complejo. Conflictivo.

Son pueblos con esencia belicosa; en los que, rivalidades históricas e intersecciones nada virtuosas de factores políticos, religiosos, étnicos y territoriales son generadores de continuos de tensiones y guerras.       

Resaltan entre las más connotadas y recientes, el antagonismo y guerra añeja entre israelíes y palestinos, la guerra entre Irán e Irak, las dos guerras del Golfo y la guerra en Siria. Asimismo, el conflicto en Yemen y las tensiones históricas entre árabes y persas. Siempre, como enchinchando por detrás, están las pugnas geopolíticas y las intervenciones de potencias internacionales: Reino Unido, Rusia, Francia y Estados Unidos, principalmente; así como la incidencia de tensiones históricas entre potencias regionales (Arabia Saudita, Irán); agregando complejidad al escenario. 

Como inflamables claves suelen interactuar, con mayor o menor intensidad, elementos como las disputas territoriales, el afán de hegemonía, e las históricas rivalidades religiosas, políticas y étnicas, y odios mutuos. Asimismo (y a veces la necesidad obliga), apetencias por el acceso y control de recursos naturales (petróleo, agua, rutas comerciales, y otros). Todos mueven a la guerra.  

Fue el caso de la Guerra de los Seis Días (1967), que se libró entre, de un lado: Israel, bajo el mando político de Levi Eshkol (Primer Ministro) y del Gral. Moshe Dayán (Ministro de Defensa), con el apoyo diplomático y militar (no intervención directa de tropas) de los Estados Unidos. Y del otro: la coalición de países árabes conformada por Egipto, Siria, Jordania e Irak; con Egipto a la cabeza de la alianza, bajo el liderazgo político y militar de Gamal Abdel Nasser, más el respaldo político, diplomático y militar (no intervención directa de tropas) de Rusia. En que, los países coaligados emprendieron un esfuerzo bélico, poco más o menos coordinado, para enfrentar a Israel y recuperar los territorios perdidos en conflictos previos como la Franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán. 

Duró poco, pero esa guerra sumió a Oriente Medio en un ciclo interminable de ocupación, terrorismo y venganzas.

Y no fue la única, ni la primera. Fue la tercera de al menos diez conflictos bélicos calientes que se desarrollaron entre árabes e israelíes desde la creación del Estado de Israel hasta acá.  Siendo éstos, i) la Guerra Árabe-israelí (1948-1949): en que, disgustados con la repartición del territorio palestino, cuando la creación del Estado de Israel (45% para los palestinos y 65% para los israelíes), las cuatro naciones árabes desencadenaron el conflicto con la consigna de ´estrangular a Israel desde el principio´. Asimismo, ii) la Guerra del Canal de Suez (1956); iii) la Guerra de los Seis Días (1967); iv) la Guerra de Desgaste (1969-1970); v) la Guerra de Yom Kippur (1973); vi) la Invasión del Líbano (1982); vii) la Intifada (1987-1993); viii) la relacionada con los Acuerdos de Oslo y la posterior violencia desatada (1990); ix) la Guerra en Gaza (varias ocasiones), y x) más conflictos posteriores, hasta la actualidad.  Un reflejo la explosividad que prevalece en el ambiente. 

Se sostiene que la lucha por el agua –que se producía en los altos montañosos localizados en territorio sirio y alimentaban el Jordán y otros ríos– fue el origen de la guerra. Seguramente sí. Pero, además, las rivalidades religiosas, las históricas animosidades, odios y ansias de venganza reinantes en el ambiente fueron causales fundamentales que soplaron las llamas de esa guerra.

En Egipto, Gamal Abdel Naser, ´el más carismático´ de los líderes árabes del s. XX, ´encarnaba el sueño de una nación árabe unida, poderosa, desarrollada´. Era el portador del sueño de ´unos estados árabes modernos y laicos, libres de las influencias poscoloniales´, que fueran la otra cara de ese mundo árabe ´plagado de extremismos religiosos y regímenes autocráticos´. Se dice que era un ´hombre dialogante´ que, en el fondo, no quería la guerra. Pero que, sin embargo, se vio atrapado por la necesidad de proteger su liderazgo ante la nación árabe, ´que le amaba y proclamaba´. El odio al pueblo de Israel fue siempre el recurrente sustantivo (el “leitmotiv”) de los árabes en su relación hacia los israelíes. Parece que Nasser no tuvo de otra accionar, e instigó la guerra contra el enemigo común, el Estado de Israel.    

Del lado de Israel, ¿qué había? Estaba el liderazgo de un primer ministro, Levi Eshkol, que también prefirió hasta el final evitar la guerra. Sin embargo, se impuso la realidad de la amenaza existencial, como fue interpretada adecuadamente por hombres de armas a tomar (“los generales de Israel”) con vocación y veteranía probadas para la guerra. Cuando el liderazgo militar quedó bajo el mando del aclamado Gral. Moshe Dayán, en la calidad de Ministro de Defensa, la decisión de ir a la guerra, ¡por fin! estaba tomada. Fue la oportunidad servida en bandeja a Israel para consolidar la posesión de la “tierra prometida”, defendiéndose de la amenaza de los que proclamaban su destrucción desde el mismo nacimiento.

Entonces, lo que siguió fue el desarrollo de la guerra en tres frentes: i) en el Sinaí, escenario de batallas constantes que resultaron en la humillante destrucción de todo un ejército, el egipcio; ii) las batallas callejeras, mayormente urbanas, en Jordania, con los israelíes dados a la lucha por entrar en la “ciudad sagrada” de Jerusalén. La conquistaron; y iii) en los montañosos y estratégicos Altos del Golán, arrebatados en lucha cuerpo a cuerpo por los buldóceres, tanques y la resuelta y aguerrida infantería israelí. 

El resultado de la Guerra de los Seis Días quedó claro desde las primeras horas de aquel 6 de junio de 1967, con el dominio israelí de los espacios aéreos; dado por la destrucción de casi total de los aviones e infraestructuras aéreas egipcias por parte de Israel. La guerra duró poco, pero sumió a la región en un ciclo interminable de ocupación, terrorismo, violencia y venganzas enormes. Sin control. 

El drama humano

En sólo seis días, la guerra dejó un número significativo de víctimas y de desplazamientos en las partes enfrentadas. Aproximadamente, del bando de Israel: 776 soldados muertos y más de 2,500 heridos; de Egipto: alrededor de 10 mil soldados muertos y varios miles más heridos; en Siria: alrededor de 2,500 muertos y varios miles más heridos; en Jordania: alrededor de 800 soldados muertos y varios miles más heridos. Además de las bajas militares, se suman al drama humano de la guerra los desplazamientos de civiles en los territorios, incluidos Cisjordania, Gaza y los Altos del Golán. Como, asimismo, profundos sentimientos de frustración, desdicha y desengaño como resultado del sueño roto por la guerra dada por perdida, el de la gran nación árabe. 

El corto tiempo que duró la guerra contrasta con las consecuencias peremnes que han marcado la historia de Oriente Medio y la sicología colectiva de los contendientes. Son huellas de los tiempos que definen un lastimoso drama humano y evidencian las complejidades y tensiones subyacentes; destacando, entre otras, i) tensiones históricas y políticas: la guerra reflejó el conflicto arraigado en décadas de tensiones, disputas territoriales y hostilidades acumuladas entre Israel y sus vecinos. Una tirria vieja. En que, la existencia misma de Israel como Estado judío ahí, ´al lado, justo al lado´, en medio de ese vecindario de naciones mayoritariamente árabes y hostiles, genera de por sí resentimiento y desconfianza mutuas. ¡Es todo un drama!

Asimismo, ii) nacionalismo y soberanía: para Israel, la guerra fue una lucha existencial por su supervivencia y soberanía en medio de una región adversa; mientras que, para los árabes, significó un esfuerzo por recuperar los territorios perdidos y afirmar la identidad de la nación árabe; iii) miedo y ansiedad: de un lado, Israel temía (con razón) por su seguridad e integridad territorial; mientras que, los países árabes sentían la urgencia de defender su honor y orgullo de nación mal herido y humillado y iv) impacto en la población civil: los civiles en ambos bandos fueron afectados por el conflicto en términos de la movilización militar, evacuaciones e incertidumbres, que causaron temor y desplazamientos. Igualmente, los ataques y bombardeos en poblaciones urbanas causaron víctimas y sufrimientos significativos.

También, v) repercusiones a largo plazo. La guerra reconfiguró el mapa geopolítico de Oriente Medio en términos de: Israel ocupó territorios estratégicos como Cisjordania y Gaza, con consecuencias políticas, económicas y humanas a largo plazo; la cuestión palestina se intensificó y complejizó, y las tensiones regionales persistieron; y vi) impacto sicológico y emocional: la guerra dejó cicatrices profundas en la psicología de las naciones involucradas. Generó sentimientos de orgullo y humillación, resistencia y luto; y complejizó al extremo el odio ancestral entre sociedades. Estos sentimientos han influido en la política, la identidad y la cultura de las naciones involucradas en los años y décadas siguientes, hasta el sol de hoy. 

Mensajes y reflexiones clave

El peso de la toma de decisiones informadas, preparación y la ecuanimidad. La preparación militar, la recopilación de inteligencia y el análisis adecuado de información son ingredientes determinantes de los resultados en una contienda bélica. Esto se reflejó en el factor sorpresa estratégica lograda con el ataque preventivo israelí a la aviación enemiga, definitorio del resultado de la guerra.

En contrario: si el accionar hacia la guerra se da con base a ´decisiones individuales inconexas tomadas por líderes militares y políticos´, el resultado puede ser penoso y dramático. Desastroso. La siembra de rumores y desconfianza, ánimos enardecidos y el fanatismo (político, religioso, odio a lo otro) elevan la probabilidad de conducir a líderes carismáticos a tomar decisiones equivocadas con consecuencias muy probablemente indeseadas, catastróficas. Se dice que eso fue lo que pasó en la coalición de países árabes.

“Naser, Naser, te seguiremos. Los mataremos, los quemaremos, los pulverizaremos” (slogan de la radio egipcia transmitiendo en hebreo, para que les escucharan los israelíes). Y la resolución final: Si los judíos quieren guerra, se la daremos” (Naser).

El tema es que, ´lo más trágico fue la incapacidad para calcular el equilibrio de fuerzas, que no es fácil de hacer, (pues) la suma de 3 tanques + 3 tanques no es igual 6´.  Vendieron barato el orgullo y el honor. La guerra les constó un revés histórico y humillante. Fue fatal.   

El peso del resultado militar en la política y en la diplomacia. La rápida victoria de Israel redefinió el equilibrio de poder, e impactó notablemente la política y la diplomacia en la región; confiriéndole mejor posicionamiento en la mesa de negociaciones y en las relaciones internacionales. Una conquista nada despreciable que le permitió dictar términos y redefinir agendas. La victoria militar catapultó a Israel como un actor central en las dinámicas regionales y globales.

Cuestiones no resueltas, conflicto prolongado. La no resolución de las cuestiones fundamentales en disputa, como el conflicto israelí-palestino, las tensiones regionales, y otras cuestiones fundamentales subyacentes son causales de situaciones y eventos indeseables propios de estos tiempos bárbaros en la región de Oriente Medio. La ocupación de territorios y la creación de nuevos problemas devenidos de la Guerra de los Seis Días planteó desafíos a largo plazo aún no resueltos; haciendo más relevante, la importancia de abordar las causas subyacentes y las preocupaciones existenciales de las partes enfrentadas, como elemento fundamental para el logro de una paz justa y sostenible en la región.

Contra toda esperanza, apostar por una convivencia pacífica justa entre árabes e israelíes. Por más difícil que parezca, dados los históricos ‘muros de hierro’ interpuestos (guerras, odios ancestrales, barreras culturales, religiosas, y otros); por más arraigadas que sean las murallas y los antagonismos mutuos, lo laudable siempre es no cejar en la procuración de vías y avenencias que algún día puedan resultar en una convivencia pacífica justa y duradera. Esto, en vez de la prevalencia de doctrinas oprobiosas que siembran odio y la pretensión de la aniquilación del otro. Contra toda esperanza, apostar a que se liberen espacios a las oportunidades de construcción de la paz, y cesen los tan largos y horrorosos tiempos bárbaros entre árabes e israelíes. Ganará la humanidad.

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