Haití y las aguas compartidas
Eduardo García Michel
La política dominicana sobre Haití debe tener los pies asentados sobre nuestra historia y ser consciente de la manera de ser de nuestros vecinos. Ahora ha surgido un nuevo desacuerdo.
El tratado firmado en 1929 en su artículo 10 dice: «En razón de que ríos y otros cursos de agua nacen en el territorio de un Estado y corren por el territorio del otro o sirven de límites entre los dos Estados, ambas Altas Partes Contratantes se comprometen a no hacer ni consentir ninguna obra susceptible de mudar la corriente de aquellas o de alterar el producto de las fuentes de las mismas.»
El canal que construye Haití dentro de su territorio para conectarlo al río Dajabón viola el Tratado. Está siendo construido unilateralmente, sin consentimiento previo, inaceptable como argamasa de buena relación entre vecinos. Requiere de un dique derivador que muda la corriente y altera el producto, aparte de crear otros problemas ecológicos.
El gobierno de Haití, luego de dejar circular la idea de que se trata de una acción de grupos privados, ahora asegura que le da apoyo. Se sirve del párrafo del Tratado que dice: «Esta disposición no se podrá interpretar en el sentido de privar a ninguno de los dos Estados del derecho de usar, de una manera justa y equitativa, dentro de los límites de sus territorios respectivos, dichos ríos y otros cursos de agua para el riego de las tierras y otros fines agrícolas e industriales».
Antes de formarse un juicio sobre las implicaciones de este párrafo hay que conocer que según las informaciones disponibles el río Dajabón o Masacre nace y desemboca en territorio dominicano, recorre 48 kilómetros en nuestras tierras, en solo 2 escasos kilómetros se interna en Haití, y en 5 kilómetros más es limítrofe.
Se trata de un recurso natural dominicano que corre por su cauce dados los esfuerzos de preservación que se han llevado a cabo dentro de nuestro territorio y que muy marginalmente atraviesa una pequeña franja de territorio haitiano, devastado por la aguda deforestación causada por sus pobladores.
En episodios aislados en el tiempo el río mejora su caudal con aportes de escorrentías del lado haitiano. Eso ocurre cuando se producen fenómenos atmosféricos que causan fuertes precipitaciones que se pierden en el mar, pero en el resto del año esa contribución es precaria.
La cuestión compleja es determinar qué se entiende por uso justo y equitativo de las aguas. A continuación, lo intentamos.
Lo primero es descartar el criterio victimista que consiste en plantear que quienes disponen de menos recursos económicos puedan usar en compensación mayor cantidad de bienes de lo que les corresponde. La realidad es que todos los países, capitalistas, comunistas o socialistas basan su política en la defensa de sus propios intereses, no de los ajenos, y en materia del uso de agua no hay excepción.
Lo segundo es desestimar que las palabras uso justo y equitativo signifiquen lo mismo que uso igual, es decir que haya que entregar la misma cantidad de agua para uno que para el otro. No es lo mismo el derecho que le asiste a la República Dominicana que genera, cría, cuida y sirve de cauce a las aguas dentro de su territorio (96% de su recorrido) que a Haití que ni siquiera permite que se nutra de sus cuencas, más bien las destruyen (4% del recorrido).
Los dos criterios expuestos, victimismo y uso igual, son desechables. Si se aplicaran llevarían a exonerar de responsabilidad a una de las partes y darle carta abierta para que asole lo compartido hasta su extinción y luego siga explorando vías de crear nuevas tensiones para obligar a seguir trasvasando agua de cuencas más lejanas sin realizar esfuerzo alguno en la preservación y mejoría de sus propios recursos hídricos.
El criterio que encaja como anillo al dedo en este asunto es el de proporcionalidad. Significa permitir que cada parte haga uso de los recursos en la medida de los aportes estables que realicen a lo largo de cada año para nutrir el cauce del río y de la magnitud de sus esfuerzos por preservar los recursos naturales. Es lo equitativo y justo, premia el laborar constructivo y penaliza la indolencia.
Es hora de establecer como máxima prioridad la defensa de los atributos soberanos y de actuar en consecuencia sin ceder ante intereses particulares o partidarios. Y de intensificar la solidaridad y la asistencia a Haití, ayudarlo en lo que deseen que les ayudemos dentro de un marco de respeto mutuo.
Diario Libre