La banalidad de la judicatura
A Hannah Arendt debemos el concepto de âbanalidad del malâ que describe cĂłmo un sistema de poder polĂtico trivializa el exterminio de seres humanos gracias a un procedimiento burocrĂĄtico llevado a cabo por funcionarios incapaces de pensar en las consecuencias Ă©ticas y morales de sus propios actos.
Estos funcionarios son seres humanos normales, ordinarios y comunes que, a pesar de dedicarse cotidianamente al mal radical, afirman cumplir estricta y escrupulosamente con sus deberes como ciudadanos y funcionarios y hasta como fervorosos cristianos.
En otras palabras, âno se necesita una persona mala para servir en un mal sistemaâ, pues âla gente comĂșn se integra fĂĄcilmente en sistemas malĂ©volosâ como se revela en los testimonios de âAquellos hombres grisesâ, de Christopher R. Browning, y âLos verdugos voluntarios de Hitlerâ, de Daniel Goldhagen.
Si aplicamos la teorĂa de Claus Roxin sobre la responsabilidad penal en los casos de âaparatos organizados de poderâ, serĂa responsable el funcionario que tiene control, al menos parcial, por medio de una âestructura organizada de poderâ, que no es mĂĄs que un âsistema de injusticia formalmente constituidoâ, sobre el âdominio del hechoâ. Si, por el contrario, es un simple âengranaje de la maquinariaâ del mal, es, en consecuencia, responsable por haber obedecido Ăłrdenes manifiestamente criminales. Se trata de un âcrimen burocrĂĄticoâ en donde la indebida y ciega obediencia es el crimen.
Se puede afirmar que desde hace dĂ©cadas el sistema penal dominicano es incapaz de controlar las pulsiones autoritarias del poder punitivo estatal, pues el populismo penal ha venido erosionado paulatina pero progresivamente las garantĂas constitucionales y legales, lo que es ostensible, por solo citar un ejemplo, en el hecho de que, a pesar de que normativamente las medidas de coerciĂłn deben ser excepcionales y proporcionadas, siendo la libertad la regla y la libertad la excepciĂłn, se han venido imponiendo automĂĄtica y ciegamente, al margen de la existencia de uno de sus presupuestos (peligro de fuga del imputado, evitar destrucciĂłn de la prueba y protecciĂłn de la vĂctima), conduciĂ©ndonos al âestado de cosas inconstitucionalâ de la crĂłnica de una coerciĂłn anunciada en que vivimos.
ÂżCuĂĄl es la responsabilidad del juez en un sistema como ese? Si partimos de la independencia formal del juez, se dirĂa que este tiene el control del proceso.
Si, por el contrario, el juez es, en verdad, una simple pieza del âpecado penal estructuralâ, al depender efectivamente de otros actores del sistema y fuera del mismo, entonces el juez, al ignorar adrede las normas, estarĂa obedeciendo ciegamente Ăłrdenes injustas y serĂa responsable de un crimen burocrĂĄtico.
ParadĂłjicamente, el juez que quisiera aplicar correctamente las normas en un sistema donde cotidianamente siempre se violan, serĂa rĂĄpidamente tachado de propiciar privilegios a favor de ciertos imputados. Por eso el juez, animal polĂtico conservador, pendejo y oportunista por naturaleza, prefiere, como fantoche incapaz de resistir la presiĂłn de la alianza diabĂłlica acusador-periodistas-redes sociales, guionistas, directores y productores ejecutivos del juicio penal y el sufrimiento que este acarrea como espectĂĄculo de consumo masivo, violar las normas, garantizando, gracias al perverso coctel molotov de lawfare, derecho penal del enemigo y populismo penal, una penosa parodia de justicia vĂa la âigualdad ante el atropelloâ, para que asĂ, a todos, sean pobres o ricos, poderosos o dĂ©biles, se le violen impunemente sus derechos.
La filĂłsofa alemana Hanna Arendt es autora del concepto âbanalidad del malâ
âNo se necesita una persona mala para servir en un mal sistemaâ
âLa gente comĂșn se integra fĂĄcilmente en sistemas malĂ©volosâ