La democracia dominicana: Comparación con dictaduras

Felipe Ciprián

Si se hace una radiografía a la sociedad dominicana, un buen radiólogo brincaría alarmado al darse cuenta de que aquí estamos muy lejos de vivir en democracia.

Los alabarderos de la “democracia dominicana” y sus guachimanes (ministros, directores, diputados, senadores, alcaldes, soldados, policías, fiscales y jueces) pontifican acerca de las virtudes de ese sistema político y descalifican otros.

Con ellos dominando todo, desde el presupuesto hasta los juegos, pasando por el negocio de las drogas, el sicariato, la manipulación de la justicia, gran parte de la prensa y de quienes en ella opinan, es fácil construir una narrativa ficticia y apabullante en un país de ignorantes.

“Regímenes totalitarios”

Cuando uno lee el guion de que la dictadura de Cuba, Rusia, China, Corea, Viet Nam… acaban con la libertad de sus ciudadanos, suelo reír, sin burla.

Esos “regímenes totalitarios” tienen sistemas diferentes a las “democracias” republicanas, pero sus líderes son escogidos por la población, con otra forma de participación, otra ética, otro compromiso y otros métodos.

Se dice que en China y Cuba –para citar dos países– tienen elecciones periódicas pero los candidatos los postula solo el Partido Comunista, se quiere afirmar que los electores no tienen alternativa.

En primer lugar, el voto no es obligatorio en esos países (como en las democracias de Argentina, Perú, Chile, Bolivia, Australia, Brasil…), y en segundo lugar, en ningún caso los candidatos son politiqueros que compran el sufragio para erigirse en autoridad y luego hacerse con el patrimonio estatal.

Sus poblaciones no son analfabetas, por el contrario, tienen un elevado índice académico, capacidad de análisis y espíritu de lucha y sacrificio, por lo que resulta imposible someterlas sobre la base de dádivas, promesas individuales o chantajes.

Son ciudadanos que por lo general no ensucian los ríos, los bosques, las playas, no escupen ni se orinan en las calles ni carreteras, respetan a los niños, mujeres, envejecientes, personas con discapacidades, no tienen odio racial y apoyan a quienes tienen necesidades especiales.

En sentido general, esos países cultivan el honor, solidaridad, humildad, el ejemplo y la alegría.

Esto no quiere decir que allí no haya delincuentes, degenerados, violadores, agresivos, alborotadores…, sí los hay, pero son casos aislados y no pueden corromper ni doblegar a la Policía, a los fiscales, a los jueces, y mucho menos, al gobierno.

Son pueblos con un alto grado de compromiso político con su país (patriotismo) y sus hijos gustosos acuden a cumplir misiones internacionalistas sirviendo como maestros, médicos, rescatistas, constructores, deportistas… y militares también, pero nunca ocupan territorios ni saquean las riquezas de las naciones que ayudan.

En sus naciones, las personas disponen de servicios públicos de primera calidad gratuitos: Educación, salud, seguridad pública, acceso a la cultura, los deportes, playas, plazas, sin que nadie pueda monopolizarlos y mucho menos mercantilizarlos ni instrumentalizarlos para sus aspiraciones políticas.

Valores democráticos

En República Dominicana, la democracia es una especie de catecismo que se recita para alardear de modernismo. Nada más.

Cuando se examinan las bases de esa democracia, saltan por la borda las más elocuentes incongruencias.

El 90 por ciento de los habitantes son analfabetos reales. Los que saben leer, no comprenden el 30 por ciento de lo que deletrean y suelen salir a dar opiniones de todo tipo, ejerciendo sus “derechos democráticos”.

Constitucionalmente, todos los dominicanos tienen derechos a elegir y a ser elegidos, pero para ganar una regiduría se necesitan, al menos, 20 millones de pesos; para competir por ser diputado 60 millones, para senador 140 millones y para presidente 6,000 millones de pesos.

¿Cuántos hombres y mujeres honestos disponen de ese dinero para donarlo a la Patria para fortalecer su democracia, como lo hizo la familia Duarte y Diez?

Estemos claros: los “políticos” buscan dinero en los márgenes de los ríos, en el bajo mundo o en los “empresarios” que se lucran con las empresas privatizadas y la corrupción estatal perenne, pero no traen su peculio de los paraísos fiscales para servir a la patria y a su democracia.

Un joven decente, bien criado, mejor educado, que pasando penurias se gradúa de ingeniero agrónomo, bilingüe, bueno en informática, no puede trabajar en el Estado porque la posición que le corresponde se le entrega a un avestruz porque es miembro del “partido”.

¡Excelente democracia! Paga un sueldo a un adulón que no sabe hacer nada ni escribir su apellido y expulsa a un profesional competente que se sacrificó estudiando y tiene que salir del país para no morir de hambre en el territorio democrático donde nació y al que quiso servir. ¡Me ca güen en esta democracia!

Las dictaduras

El colapso de la Unión Soviética y media docena de países socialistas de Europa, prueban que a los pueblos instruidos no se les puede dominar. A su tiempo, se sublevan.

Muy diferente resulta con la mayoría de los dominicanos que son seres domesticados por el analfabetismo y el embrutecimiento colectivo deliberado.

Medio país dominicano vive de tres regalos: las remesas de sus familiares desde Estados Unidos y Europa (expulsados de esta democracia con su economía pujante en los números), los programas “sociales” del gobierno que son más timo de los políticos que ayuda real, y el apoyo puntual de los narcotraficantes en los barrios, donde ellos corrompen a la autoridad y auxilian a la población en sus carencias mayores.

El sistema democrático dominicano actual funciona en automático: sus líderes llegaron en chancletas (con la excepción de Luis Abinader), se entregaron a los oligarcas, acabaron con la educación, arruinaron el sistema de salud, crearon un sistema de seguridad social que represa el ahorro de los trabajadores para sostener los negocios bancarios, financiar al gobierno y a las empresas en quiebra.

¡Bailen, canten, rían y gocen, manipuladores del hambre y la ignorancia de los dominicanos, que no muy tarde tendrán que llorar por largo tiempo!

¡Ay Lilís, cuánto te extrañamos, 126 años después de tu asesinato!

Listín Diario

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