La derecha versus la derecha
Nelson Espinal Báez
La derecha o conservadurismo clásico es una de las grandes ideologías políticas surgidas a partir del advenimiento del Estado Nación en los siglos XVIII y XIX. Su base social emergió con la burguesía de la revolución industrial y su objetivo primordial es la conservación, en términos materiales e ideológicos, de las condiciones existentes.
Nace como una ideología defensiva y poco personalista, si diez conservadores se unen para un proyecto de poder, buscan un onceavo para encabezarlo. Para ellos, lo importante es alcanzar objetivos y mantener el sistema, el líder es solo un medio.
Su propuesta ideológica entiende que no todas las personas son iguales y que el respeto a las jerarquías de clase asegura el orden social. Capital y trabajo no son opuestos, sino complementarios. Al igual que el Liberalismo, defienden la propiedad privada. A diferencia de este último, y del Socialismo, tienen la fe religiosa como igual o superior a la razón humana. Sus fundamentos y consignas clásicas: Ley, Orden y Propiedad.
Pero el espacio conservador se ha erosionado. A final de la década de 1960, a partir de un discurso extremista, se desarrolla en Francia la llamada «Nueva Derecha», eligiendo el espacio prepolítico – en contraposición a la política institucional -. De esta forma se apoyan en el modelo de izquierda del teórico marxista Antonio Gramsci y su teoría de la hegemonía cultural como primer paso para ganar al poder político formal. Ya entrado el siglo XXI los guerreros culturales habían calado en parte de la sociedad y entre el 2015 y 2016 se imponen en el referéndum del Brexit, cuyo fracaso no admite duda y llegan al poder en EE. UU. con Donald Trump, y el apoyo de Alt-Right (Derecha Alternativa).
Facebook, YouTube y Twitter fueron las plataformas claves para el éxito de este proceso.
La Nueva Derecha, afirma Natacha Strobl, es un fenómeno sociológico con fuerte vocación autoritaria y abiertamente antidemocrática. Se inspira en dos ideologías nacidas en el siglo XX, el nazismo y el fascismo. En ambas subyace una visión antidemocrática, antisocialista y antiliberal que se manifiesta – al igual que la extrema izquierda – en la unidad entre el movimiento, el partido y el estado con una mirada bélica y militarista de todos los ámbitos de la vida.
Contrario al conservadurismo clásico, la derecha radical no busca conservar el régimen, sino, con actitud revolucionaria, restablecer un pasado ficticio y mistificado. Siendo el mito del pasado la utopía central del fascismo. La Retrotopia de Zygmunt Bauman.
Mientras la derecha clásica valora la democracia como procedimiento y reconoce los formalismos institucionales para interactuar con el adversario. La extrema derecha utiliza un lenguaje absoluto, megalómano, repleto de superlativos. No se basa en el consenso, sino en la radicalización. Sus opositores no son adversarios sino enemigos a los cuales hay que eliminar. Buscan una ruptura del sistema, azuzando, afirma Wilhelm Heitmayer, una corriente de indignación y resentimiento que incluso le confiere tinte revolucionario. Invirtiendo el hábito conservador del burgués, auspician la ausencia de reglas e imponen el insulto y las agresiones sin fundamentos.
Para la derecha clásica la ley y el orden son su estandarte, la vía central para preservar el sistema. Para la nueva derecha, las mentiras y las violaciones a la ley y el orden quedan sin consecuencias. Abren grietas en la sociedad, magnifican las diferencias porque existe una guerra entre el bien y el mal. Entre «nosotros y los otros»: derrotar al enemigo es el objetivo, sin ceder a ningún compromiso. Si la victoria electoral no se produce, solo hay una causa, el fraude del adversario.
Mientras la derecha clásica busca legitimarse con la gestión eficiente del poder económico y el orden social. La extrema derecha extrae su poder del miedo. Los que argumentan en contra son cómplices de una amenaza ficticia: los «traidores de la patria».
A su vez, para la extrema derecha, el estatus del líder es cuasi religioso, quien «no actúa por interés propio». Solo funcionan como víctimas o mártires, jamás como interlocutores ni pares. El líder es el fin en sí mismo, el nuevo mesías. Por supuesto, los que están a su alrededor son el decorado: la comparsa para asentir y aplaudir, jamás disentir. Todo lo que hace el líder es justo, todo lo que dice es cierto y cualquier crítica es ilegítima, dando forma a una realidad paralela donde dominan teorías de conspiración y poderes oscuros que solo quieren derribar al líder. Así nacen los políticos curanderos ofreciendo soluciones mágicas (Adam Przewoski).
Los conservadores clásicos no quieren darse cuenta que adherirse a la derecha radical, implica, necesariamente, traicionar sus principios y valores tradicionales. Al igual que la extrema izquierda, la derecha radical, más que una mentira, lo que construye es una contra realidad o realidad paralela. De modo que el líder brinda soluciones a problemas que él ha creado.
Ya lo hemos dicho, los Donald Trump, no son causa, sino síntomas. En parte, por debilidad de los conservadores clásicos, incapaces de sostener con gallardía sus principios y porque sectores liberales y progresistas no han sabido ocupar el poder ni operar desde el poder. Lo peligroso de todo esto, afirma Strobl, es que una vez normalizado, el pensamiento fascista se extiende por toda la sociedad.
Ya lo hemos dicho, los Donald Trump, no son causa, sino síntomas. En parte, por debilidad de los conservadores clásicos, incapaces de sostener con gallardía sus principios y porque sectores liberales y progresistas no han sabido ocupar el poder ni operar desde el poder. Lo peligroso de todo esto, afirma Strobl, es que una vez normalizado, el pensamiento fascista se extiende por toda la sociedad.
Diario Libre