La historia de Harvey Averne, uno de los productores más influyentes de la salsa

Ahora con 86 años, el productor reflexiona sobre su tiempo en la Fania Records, su tempestuosa relación creativa con Eddie Palmieri y su salida de la industria que ama.

Por Jessica Lipsky

The New York Times

Harvey Averne comienza casi todos los días con un bialy, un panecillo polaco, y una ensalada de pescado blanco. Ve Morning Joe, juega con su gato, Coco Baby, y recibe llamadas de leyendas de la música latina como Joe Bataan en su ecléctico pero ordenado apartamento de Woodhaven, Queens.

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Un día bastante húmedo de mediados de marzo, se aconsejaban mutuamente sobre medicamentos recetados. Pero un vistazo al vestíbulo de Averne (decorado con premios, carteles de conciertos, recortes de periódico enmarcados y fotos, entre ellas una con Celia Cruz en un lugar destacado) cuenta una historia muy distinta a la de sus habituales tribulaciones cotidianas a los 86 años. Averne es uno de los últimos gigantes de la música latina: un chico judío del este de Nueva York que participó en el desarrollo de la música latina, desde los borscht belt, los populares centros turísticos de los judíos cercanos a Nueva York donde se tocaba música, hasta el bugalú y la salsa.

“Me gusta el ritmo, me gusta el compás”, explica Averne. “No entendía ni una palabra de lo que decían, pero no importa: en la ópera no se entiende ni una palabra”.

Como productor, mánager y músico, Averne tiene una larga trayectoria entre bastidores en algunos de los sellos de música latina más importantes de Nueva York. Fue el director de operaciones de la crucial Fania Records, donde produjo o supervisó discos de Willie Colón, Larry Harlow, Ralfi Pagan y Ray Barretto. En su propia discográfica, Coco Records, que producía discos de jazz latino y salsa, el trabajo de Averne con el pianista Eddie Palmieri le valió los dos primeros premios Grammy para la música latina.

“Era de esas personas que siempre tienen ideas”, afirma Bataan, amigo desde hace mucho tiempo y artista de Fania. “Siempre estaba activo; siempre ha sido ese tipo: el Phil Spector de la música latina”.

Nacido en 1936, hijo de primera generación de padres polacos, Averne era el bufón del salón y un buscapleitos cuyos profesores solían mandar a Linden Boulevard a ver crecer las plantas en vez de interrumpir la clase. Lo único que le llamaba la atención era la música.

Averne dijo que le encantaba el R&B, pero se dio cuenta de que “cada hotel y cada club tenía una banda latina”. No quería trabajar en una fábrica como su padre; además, en la música, “había muchas chicas”.

A los 14 años, Averne dirigía una banda en el hotel Catskills cuando vio a otro empleado tocar la guitarra y cantar en español. Se sintió “hipnotizado”, recordó, y le pidió que le enseñara la canción. Se inspiró tanto que decidió cambió el nombre de su grupo llamado Harvey Averne Trio por el de Arvito and His Latin Rhythms y dio el salto de los escenarios de Catskills al Palladium, donde el grupo de adolescentes actuó como telonero de estrellas como Tito Puente, Machito y Tito Rodríguez.

Antes de formar parte del negocio de la música, Averne “hacía mandados para los mafiosos del barrio”, dijo, trabajó en un servicio de pañales y en la venta de fotos familiares y tuvo un exitoso negocio propio de reparaciones domésticas. El astuto olfato para los negocios que desarrolló a lo largo de los años, incluso como director de orquesta adolescente, lo mantuvo a la vanguardia de la creciente y siempre diversificada escena de la música latina.

“Harvey es uno de los mejores vendedores que he conocido”, dijo Andy Harlow, quien era un “chico de la banda” para el grupo de adolescentes de Averne, que llevaba los vibráfonos y otros equipos de Harvey a los conciertos y ensayos. “Era muy profesional; a todos siempre les pagaron”.

Aunque él mismo no hizo un disco hasta los 30 años, Averne también dejó una marca con sus propias grabaciones y como músico de acordeón y vibráfono. Su sencillo de 1968 “Never Learned to Dance”, con la voz de Kenny Seymour Sr. (anteriormente de Little Anthony and the Imperials), es una gema codiciada que se vende por un promedio de 1300 dólares en el mercado de la música Discogs. “Nunca sentí competencia entre mis discos y los demás”, dijo Averne.

Averne llegó a la Fania en 1966, cuando otro judío salsero, Larry Harlow, se lo presentó a Jerry Masucci —un abogado que acababa de fundar el sello discográfico— y los dos compaginaron al instante. Averne recuerda que llegó a la primera reunión en su Cadillac Seville con chofer, y vestido de manera impecable. Masucci no dudó en pedirle que dirigiera su empresa incipiente.

El impacto de la Fania en la música latina a mediados de los sesenta es innegable. “Lo volamos todo”, afirmó Averne. El sello fue pionero en el soul latino y el bugalú, una fusión de estilos musicales latinos tradicionales con el R&B y el soul contemporáneos. Una de las producciones favoritas de Averne durante ese periodo fue el LP de bugalú de Barretto de 1968, Acid.

“Ray fue uno de los primeros que en verdad vio mi potencial”, dijo Averne del percusionista. “Produje Acid, pero Ray Barretto produjo a Harvey Averne. Fue el artista más preparado con el que trabajé”.

Aunque Averne no había trabajado nunca en un sello discográfico, comercializó con dinamismo (y éxito) a sus artistas utilizando las tácticas de venta que perfeccionó en su adolescencia y cuando tenía veintitantos, lo que amplió el atractivo de los miembros de la Fania y de la música latina más allá de la zona triestatal. Bobby Marín, compositor, productor e intérprete que trabajó con la Fania, afirma: “Era un gran portavoz de todos aquellos con los que decidía trabajar”.

Averne hizo sonar “Gypsy Woman” de Bataan en WWRL en Nueva York (“cuando no estaba de moda tener música latina en una estación negra”, señaló Bataan) después de un encuentro casual con un DJ en una zapatería italiana, eventualmente desarrollando una relación con el director musical de la estación. Mientras manejaba al cantante Ralfi Pagan, cuya versión de 1971 de “Make It With You” fue un éxito cruzado para la Fania, Averne convenció a Don Cornelius de contratar a Pagan como el raro cuarto acto de Soul Train, convirtiéndolo en uno de los primeros artistas latinos en participar en el programa.

Averne dice que rompió con la Fania alrededor de 1970 debido, en parte, a que Pagan firmó un contrato de gestión con Masucci, y no perdió tiempo en planear sus próximos movimientos. Fue nombrado gerente general y vicepresidente ejecutivo de la división de música latina de United Artists —“Donde realmente aprendí a dirigir una verdadera compañía discográfica”, dijo— contratando artistas y desarrollando una distribución más amplia. Durante el mismo período, se convirtió en el líder de gira de la banda Chakachas, un grupo de estudio belga cuyo “Jungle Fever” vendió más de un millón de copias en EE. UU.

En 1972, Arverne fundó Coco Records y su primer artista fue Palmieri, un pionero del jazz latino que continúa presentándose en todo el mundo. Sus dos discos más importantes —The Sun of Latin Music y Unfinished Masterpiece— constituyeron un paso monumental para alejarse de la música latina de baile y ampliaron aún más el sonido de la música latina popular.

Aunque su colaboración fue un éxito profesional y de crítica, ambos discreparon sobre el sonido, los contratos y los pagos, según Averne. “Unfinished Masterpiece fue una guerra entre Eddie y yo”, dijo Averne. Palmieri, que ahora tiene 86 años, no quiso hacer comentarios.

En 1976, cada uno tomó su rumbo y Averne se dedicó a los álbumes de Eydie Gormé y Machito, así como a los discos con Cortijo y Su Combo Original. Sin embargo, para finales de esa década, el sello Coco estaba en la ruina, según Averne, por problemas financieros.

Su última incursión en el negocio discográfico fue como socio de la discográfica Prism Records (precursora del sello de hip hop Cold Chillin’ Records), durante la cual conoció a una joven Madonna (dice que aún conserva algunas de sus primeras maquetas).

A principios de los ochenta, cuando se terminó su carrera en los sellos discográficos, Averne cayó en un periodo oscuro.

“Todo se vino abajo”, dijo. “Durante un par de años ni siquiera contesté el teléfono”.

Cuando Carlos Vera, un DJ y entusiasta del bugalú que ha colaborado de cerca con Averne en los últimos años, lo conoció en la década de 2010, “no se estaba cuidando”, dijo, y el joven viajaba desde su casa en el Upper West Side hasta el apartamento de Averne en Queens varios días a la semana. Lo ayudó a renovar su apartamento, organizó sus artículos de época y le ayudó a tener acceso a internet. “Lo presioné para que comiera bien y se cuidara más. Tardé mucho en convencerlo”.

Ahora, Averne está de mejor ánimo. “Sigo ganando dinero con la música”, dice. “Sigo teniendo mi propia disquera y he escrito más de 50 canciones”. Pero, sobre todo, está retirado. “Tenía esta sensación de: ‘Harvey, lo lograste. Te lo demostraste a ti mismo’”.

Y aunque la mayoría de sus amigos ya no están (entre ellos Larry Harlow que murió en 2021 y el locutor de radio salsero Polito Vega este marzo), Averne dice: “Nunca me he sentido solo. Cuando tenía mucha gente alrededor, no era porque los necesitara. Era porque así lo quería”.

Fuente The New York Times

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