Ligia C. Bonetti, la lectura como elegancia del espíritu

Marino Beriguete

A veces leo en este periódico los artículos de Ligia C. Bonetti. Su prosa es limpia, sin adornos innecesarios, de una claridad que parece nacer del orden interior. La he leído hablando de economía, de liderazgo, de país; siempre con ese tono de quien observa el mundo con serenidad y propósito. Pero hace unos días, mientras navegaba en las redes digitales, me la encontré de otro modo: recomendando los libros que había leído en septiembre. Fue un gesto sencillo, pero revelador. De pronto, aquella mujer de acero industrial, símbolo de éxito empresarial, se volvió humana, entrañable, luminosa. Su imagen, hasta entonces asociada al rigor del trabajo y la eficiencia, se transformó en una figura de cultura, de sensibilidad y pensamiento.

Hay algo profundamente inspirador en ver a una empresaria hablar de libros. En un tiempo donde el ruido sustituye la reflexión, donde “mirar el celular” es el nuevo ocio, que una mujer de poder comparta su experiencia de lectura es un acto casi subversivo. Porque quien lee, de verdad lee, no busca solo distracción, sino una forma de entenderse a sí misma y de comprender al otro. Leer es una forma de poder sin dominio, de libertad sin violencia.

Conozco otros hombres y mujeres que, como ella, han descubierto que los libros son el más noble de los capitales. En medio del vértigo de las cifras y los balances, se detienen a dialogar con Borges, con García Márquez, con las voces que nos recuerdan que la imaginación también construye naciones. Muchos intelectuales desconfían de los empresarios, y muchos empresarios creen que los intelectuales viven en las nubes. Pero cuando ambos mundos se cruzan en la lectura, surge un país distinto: más lúcido, más humano.

Ligia Bonetti, al compartir lo que lee, nos recuerda que el conocimiento no es un lujo, sino una necesidad vital. Que los libros no son ornamentos de oficina, sino ventanas hacia el alma. Que la verdadera riqueza no está solo en las fábricas ni en los consejos de administración, sino en la posibilidad de volver, cada noche, a las palabras que nos salvan.

Quizá esa sea su mayor enseñanza: que el éxito, cuando se acompaña de lectura, se convierte en sabiduría. Y que leer, en tiempos de ruido, es la forma más elegante de resistir.

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