Los barriles de Jesús

por Maria Antonietta Ferro

Lucca, Italia.

Todos los que han leído el Evangelio – y son muchos – saben que Jesús hizo su primer milagro en una ocasión especial, una fiesta de boda, transformando el agua en vino. Sin embargo casi nadie sabe que no todo el milagroso vino se agotó en el curso del banquete de Caná.

El maestresala, que no podía creer ni a sus ojos ni a su paladar, tuvo la gloriosa idea de guardar unos cuantos barriles de ese líquido rojo como la Rosa y dulce como la miel, para que dejara testimonio del poder alquímico de la divinidad.

Quien crea que los barriles de Jesús se hayan perdido en el curso de los siglos, déjenme decirle, está muy pero muy equivocado.

Ellos se han quedado bien guardados, esperando a quien les liberara del olvido del tiempo para dejar que su néctar fluyera nuevamente a beneficio de la humanidad.

El liberador ya ha llegado y acaba de cumplir su misión.

El liberador se llama Solano y ha hecho un nuevo milagro: ha transformado el vino guarado en los viejos barriles en palabras nuevas.

No es difícil encontrar «Los barriles de Jesús» en su esplendor contemporáneo. Es suficiente poner estas cuatro palabras en Amazon y ellos aparecen  – en formato papel o electrónico – para el deleite de los lectores.

El nuevo libro de Solano es el producto de sus reflexiones sobre la vida en tiempos difíciles. Pandemia, guerra, fracasos políticos, no le quitan al Poeta su rasgo distintivo: interpretar los acontecimientos con sabiduría y sentido del humor, pues él se ha consagrado a ser rico y feliz, aunque le cueste la vida.

Dieciocho cuentos que abordan temas diferentes, que estimulan el pensamiento, que desvelan algo nuevo cada vez que uno los relee, que atrapan y no cansan.

El pintor italiano Alessandro Nicoletti quiso realizar la portada de este libro y lo hizo con su estilo desacralizador,  a la manera de un comic.

En realidad no es fácil representar un doble milagro: agua transformada en vino y vino transformado en cuentos para beber el jugo vital del autor, que hasta más que el verdadero vino emborracha los sentidos. 

Ahora bien, no quiero que piensen que soy una partidaria de la borrachera alcohólica. Todo lo contrario. Casi soy abstemia. Una copita de vez en cuando y nada más.

Sin embargo, hay una clase de borrachera que me da mucho gusto: la de palabras leídas. Puedo tragar todas las que me da las ganas y  – créanme – nunca tengo resaca.

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