Rusia-Ucrania y los falsos dilemas

Por CÉSAR PÉREZ 

En esencia, toda guerra militar es la prolongación de viejas luchas políticas, económicas, de ideas o concepciones de diversos signos. El presente conflicto bélico que vive Europa, pone patas arriba a ese continente y al mundo, reviviendo  viejos debates y, como siempre  en circunstancias iguales o parecidas,  provoca esa aparente inevitable actitud individual o colectiva de ver las grandes disputas o posiciones de manera maniquea: a favor o en contra de una de las partes enfrentadas y un bloquismo irracional casi siempre reaccionario. Son falsos dilemas que impiden ver las  verdaderas raíces de esas contiendas, y los intereses reales de los grupos que los generan.

Más que por la capacidad destructiva de las armas de los dos bandos, la diferencia de la presente guerra con las anteriores radica en la naturaleza del poder de los grupos enfrentados. La voracidad y la larga historia  de crímenes de lesa humanidad  del complejo militar de la OTAN en diversos países,  dentro y fuera de Europa, están fuera de toda duda. Rusia, según reputados autores, está gobernada por una oligarquía petrolera esencialmente mafiosa. Para  Valery Zorkin, quien fuera presidente del Consejo constitucional de Rusia, “el mundo de la criminalidad (…) deshace el tejido de nuestra sociedad  civil aun inmadura. Y a veces sustituye a la sociedad civil”. Ese mundo, surgido de los escombros de la ex URSS,  lo dirige el clan Putin.

Hoy, y a lo largo de la historia, las potencias imperialistas no han descartado ningún medio para sofocar a sangre y fuego las demandas de libertad y derechos de los pueblos. La criminalización de la economía, de la política y hasta de algunos estados, constituye un subproducto del capitalismo que,  a  veces, se sitúa o existe contra elementos característicos de este sistema.  Putin, conjuga groseramente el carácter mafioso y represivo de su poder con la tradición expansionista de las elites rusas y con la  inexistente de tradición democrática en la historia de Rusia. Por lo cual, nunca se había presentado un conflicto bélico con potencialidad mundial, con un trasfondo tan volátil como el presente.

Por consiguiente, las posiciones cínicamente maniqueas sobre el conflicto bélico entre  los cuestionables bloques OTAN-Rusia son, como en la generalidad de las guerras entre dos o más países deben rechazarse resueltamente, máxime si se es o pretende ser de izquierda.  Entre B o A, casi siempre es posible la opción C. En la disputa entre el bloque militarista de la OTAN y el expansionismo de la oligarquía petrolera de la Rusia de Putin están los pueblos ruso, ucraniano y de los países integrantes de la OTAN, de parte de ellos es que debemos estar. Claro, situarse fuera y/o en contra de  la generalidad de las guerras entre bloques conlleva a la descalificación de quien lo haga y ese chantaje debe rechazarse. Enfrentar el bloquismo en algunos países se paga con cárcel, en otros con la etiqueta de “sospechoso”.

La guerra entre la Rusia de Putin  y Ucrania revive la vieja disputa sobre la posición de la izquierda sobre las guerras interimperialistas del siglo pasado. Entonces, un sector de esa corriente apoyó los gobiernos de sus respectivos países, mientras que otros la condenaron resueltamente. Hoy, quien reclamándose de izquierda, apoya a Putin, principal financiador de la internacional ultraderechista y que no es Rusia, sino un extravagante subproducto de la compleja e inédita forma del capitalismo de ese país surgido de la debacle del llamado “socialismo real”, asume una posición decididamente reaccionaria. Lo hace soslayando el carácter represivo de la oligarquía petrolera que encarcela los sectores de izquierda y del partido comunista ese país  y coincidiendo con países y sectores negadores de eleméntales derechos ciudadanos, irania, coinciden con la internacional ultraderechista.

Con toda razón, esa izquierda condena  las vejaciones contra los pueblos que en diversos países han cometido los ejércitos de la  OTAN,  sobre todo el de los  EEUU, pero el maniqueísmo, el cinismo o el oportunismo de no pocos, los arrastra hacia posiciones esencialmente reaccionarias. Algunos reconocen la real naturaleza del régimen de Putin, pero no lo  critican de madera responsable  e inequívoca. Por ese camino jamás se conectaran con este tiempo y por ende, con sus pueblos. En definitiva, la OTAN subestimó la capacidad de respuesta de Putin, por eso insistió en la provocación sin importarle la suerte del pueblo ucraniano, y aquel  sobrevaloró sus fuerzas. Si completa la ocupación de Ucrania pierde, porque meterá los soldados rusos en otro Afganistán y si no lo hace también, con imprevisibles consecuencias.

Con su acción,  la oligarquía rusa reforzará el sentimiento nacional de Ucrania, las bombas que destruyen puentes, redes viales, hospitales y escuelas las dispara el alto mando militar ruso, también responsable de las vidas segadas por esta guerra absurda. Los ucranianos reforzarán su visión distorsionada del conflicto reforzando su identidad en contra y odiando al pueblo ruso, sin discernir que ese pueblo no tiene nada que ver con esta guerra, sino las élites rusas enriquecidas  a  través del saqueo de las grandes riquezas que produjo la Revolución Bolchevique. Ucrania mirará hacia occidente, como siempre ha mirado, como también parte del pueblo ruso. Una verdadera y lacerante  tragedia.

Mientras tanto, este conflicto bélico extremadamente peligroso por la abigarrada naturaleza de los poderes enfrentados sigue destruyendo infraestructuras clave de Ucrania, provocando éxodos masivos, muertes de miles de inocentes y afectando la economía mundial, con nefastas consecuencias para la cotidianidad de los más pobres, que son la mayoría sobre todo en nuestros países. Rechazar el falso dilema es la cuestión

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