De violencia policial e intolerancia

Por CÉSAR PÉREZ 

De nuevo la Policía Nacional, PN, se ve envuelta en un escándalo de violencia que la sitúa al margen de la Ley y que la deslegitima como brazo auxiliar de la Justicia. Ese cuerpo, que se supone del orden, de más en más es percibida como todo lo contrario, como una institución que lejos de inspirar confianza, inspira desconfianza. Su historia lo dicen los hechos, ha discurrido bajo el signo de la intolerancia, los abusos y violaciones de los más elementales derechos humanos. Pero, la fuente de esa ignominia no debe buscarse sólo en la corrupción y arbitrariedad de la generalidad de sus jefes, ni tampoco en los miserables salarios y niveles formativos del cuerpo policial. Debe buscare en la historia de intolerancia y violencia atávicas en que han discurrido la mayoría de los gobiernos que hemos tenido, y en las instituciones sociales/eclesiales.

El germen de la violencia se encuentra en lo más profundo de nuestra estructura social, en cómo se ha construido esta sociedad, en la historia de esa intolerancia que de diversas formas se enseña, se institucionaliza y manifiesta en nuestra práctica social. En ese sentido, la versión, de confirmarse, de que la muerte de esta última víctima de la incompetencia y bestialidad policial, el joven David de los Santos, la provocó una golpiza propinada en la celda donde fue recluido, por tres reclusos y policías o con la complicidad de estos, sería un ejemplo del estado de degeneración de nuestro el sistema carcelario, el cual contribuye al reforzamiento de tendencia a la violencia de muchos reclusos, como de la misma policía.

Nadie nace con propensión a la violencia, ésta la produce circunstancias sociales que terminan convirtiéndose en estructurales y se enseña de diversas formas, se aprenden, y de alguna manera se socializan en el tejido y en las instituciones sociales. De la violencia, la intolerancia es quizás la más nociva de sus fuentes. Esta última es. una actitud de rechazo a lo diverso, de prejuicios frente a la diferencia, al percibido diferente e incluso hasta a lo nuevo. De manera sutil muchas veces y abiertamente las más, esas actitudes son enseñadas y difundidas. Nuestra historia política ha discurrido con muchos gobiernos de fuerza, de largos períodos gobernados por uno o por un puñado de presidentes que se han sostenido mediante el recurso de la represión, la fuerza y el miedo.

Es urgente una reforma policial, pero esta sería sostenible sólo si somos capaces de producir una profunda reforma moral e ideal en nuestro sistema político. No la podemos erradicar de ese cuerpo si persisten los múltiples vectores que, en última instancia, la determinan. La violencia domestica contra la mujer y la de esta, embrutecida por el maltrato, junto a la del compañero contra los hijos, constituye un proceso de socialización de ese lastre social. Como también lo es vivir en un cuartucho de tres por tres metros en zonas degradas social y ambientalmente. No recuerdo dónde lo leí, el renombrado literato ruso, Fedor Dostoievski, decía que el techo bajito de una vivienda oprime la cabeza de quien la habita. Vivir recluido y excluido en un cartucho también enseña a ser violento.

La imposición de un dogma sea religioso o ideológico/político, constituye una forma de intolerancia, una levadura que acrecienta, multiplica se institucionaliza la violencia en las diversas instancias de la sociedad. Se ejerce la fuerza cuando se intenta imponer una verdad o pensamiento único, o cuando determinados dirigentes eclesiales se reúnen y cometen terrorismo verbal al amenazar a figuras políticas para que se acepte en el ámbito público sus particulares puntos de vista sobre temas de creencias y valores que son de carácter privado, como lo es derecho de cada mujer a ser dueña de su cuerpo. También, cuando por defender determinados derechos humanos se persigue o se estigmatiza a una o un grupo de personas o incluso instiga a que se le agreda físicamente, se incurre actos de violencia tan ignominiosa como la policial.

La intolerancia de algunos sectores religiosos obliga a parir a niñas de 12/13 años, embarazadas por las condiciones de miseria en que viven, a veces por la trata de menores para turismo sexual, por muchachos o adultos con los que comparten un hábitat carente de empleos, de oportunidades la falta de servicios básicos y degradados física y socialmente. Igualmente, la intolerancia de otros sectores los lleva a impedir, por medio del terror, que en la última feria del libro se llevase a efecto la presentación de un libro infantil bilingüe, porque su autora es una dominicana de origen haitiano. Un incalificable acto de violencia contra del derecho a publicación de un texto, amparado en el prejuicio/intolerancia aprendida en las escuelas en las redes sociales o a través de presentadores de programas radiales y televisivos que medran y viven a la sombra la política.

En definitiva, resulta justa la protesta contra esta última manifestación de violencia policial que condujo a que fuese segada una vida en las más brutales condiciones, lo cual justifica aún más la demanda de que la PN sea restructurada de raíz. Pero, no olvidar que esa restructuración dará limitados resultados si no condenamos y eliminamos la permisividad en que discurren las acciones de diversos sectores que de la intolerancia/violencia, del terrorismo y el miedo, hacen sus principales medios para imponer sus puntos de vista y como medio de vida

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