El mal de la improvisación

Miguel Guerrero

En un país donde todo se analiza y se quiere resolver en seminarios, ha faltado quien se hiciera estas preguntas: ¿Qué hace tan fuerte e intimidante a los gobiernos? ¿Por qué infunden tanto temor en los sectores empresariales, a despecho de la alta evasión impositiva que pudiera demostrar que ese miedo no ha existido nunca?
El secreto radica en la sensación de debilidad y desunión, cierta o no, que proyectan los empresarios. En su dificultad para ponerse de acuerdo en los temas básicos de la nación. En su falta de voluntad para poner en práctica las acciones, algunas necesariamente heroicas, que se requieren para dotar a la nación de un plan de mediano y largo plazos que sepulte de una vez y para siempre el terrible mal de la improvisación que caracteriza la vida pública.

No me refiero a asuntos puntuales, como el de la energía eléctrica o la oposición a una ley determinada, alrededor de los cuales usualmente existe unanimidad de criterios o consenso. Hablo de los temas permanentes. De cómo se quiere ver al país dentro de los próximos diez, quince o veinte años. Y, por supuesto, lo que debe hacerse para convertir en realidad una visión amplia de futuro.

El país está urgido de una sólida presencia del sector privado en el debate de los temas fundamentales de la nación. Por más que se pretenda que ese sector sólo defiende sus intereses, no hay duda alguna que la suma de esos intereses en cierto modo compendia buena parte del interés colectivo.

En el mejor de los sentidos el interés general de la nación no es más que el grueso de sus intereses particulares legítimos, provenientes del trabajo productivo y la lícita actividad privada. Es importante que el liderazgo empresarial y el de la sociedad civil enfoquen sus acciones hacia el logro de esos objetivos.

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