La odiosidad en la lucha política

Leonte Brea

La cultura actual facilita enormemente la generalización de la odiosidad, porque en ella predomina la imagen sobre la palabra, la emoción sobre la razón, las realidades paralelas, el espectáculo, la posverdad, la mentira, el personaje, el impacto de las redes y las teorías conspirativas sobre la objetividad y las evidencias empíricas.

El tema central de este ensayo apunta directamente a una de las labores más execrables del odio y la envidia en los procesos políticos como en la vida particular del sujeto social. Así es, pues con el trabajo de estas pasiones, según Castilla del Pino, se persigue, en el caso del odio, la destrucción virtual o la desvalorización de la imagen social de quienes son percibidos atentatorios a la “integridad de una parte decisiva de nuestra identidad”… (la cual) incluye a uno mismo…y a todos los objetos que uno vive como propios: la madre, los hijos” y, obviamente, el poder para los políticos.

El origen de la envidia se vincula con el deseo de alcanzar y superar a personas y cosas que vamos descubriendo en nuestro entorno social, consolidándose luego, según Alberoni, por la contrastación desafortunada con un referente que nos supera. Quien nos revela, con su presencia e imagen dilatada en el tiempo, que carecemos de sus méritos, de los rasgos deseados. Esta situación, lejos de llevarnos a la renuncia del propósito buscado, nos empuja a proyectar nuestras falencias en el objeto del deseo frustrado, a odiarlo y a hacerlo odioso en su espacio social. En fin de lo que se trata, reiteramos, es de hacer odiosas a las personas en que recaen los efectos de este mecanismo.

En la comarca política es donde mejor podemos apreciar sus diversas manifestaciones, porque su dinámica se extiende en el espacio controversial de la lucha de intereses, ansias de dominio y ambiciones permanentes. Esto último, no implica que la odiosidad no aparezca en cualquier área donde los hombres desenvuelven sus actividades cotidianamente, pues consideramos al poder como uno de los conceptos con mayor grado de generalidad por estar presente en toda relación social desigual.

Precisamos aclarar dos aspectos relacionados con esta temática a fin de evitar confusiones. El primero, se refiere al empleo de una palabra tan inusual como es la odiosidad para conceptualizar las acciones llevadas a cabo con la finalidad de hacer odioso a un individuo o a un grupo. No estamos muy alejados del asunto al calificarlo de esa manera, pues el diccionario de la RAE la define como: “Aversión procedente de causa determinada”. Entendemos que esta definición es una buena aproximación porque la aversión hacia ciertas personas proviene, en el caso que nos ocupa, de sujetos que por envidia u odio procuran que otros las visualicen como odiosas, conflictivas, repulsivas, intolerantes, banales, engreídas entre otras calificaciones.

Pero no sólo el odio y la envidia generan la odiosidad –segundo aspecto que debemos esclarecer–, sino también los celos, el resentimiento, el rencor y, sobre todo, el miedo cuando se le teme al poder –o a alguien poderoso– lo que lleva a quienes le temen, a enfrentarlo indirectamente para evitar severas consecuencias. Algo parecido les sucede a los ingratos, pues el temor a la reprobación social, y con ella a la erosión de su imagen pública, los empuja a construir narrativas tendentes a justificar sus acciones contra sus antiguos bienhechores.

Lo peor de todo, es que con sus relatos justificantes tienden a hacer odiosos a quienes los beneficiaron. Los que les permitieron crecer y desarrollarse en la vida social como en la carrera política. Experiencias como esas, fueron probablemente las que llevaron a Maquiavelo a sostener: “…quien ayuda a otro a engrandecerse trabaja en daño propio, porque el auxilio se lo presta, o con su fuerza o con habilidad, y ambos medios infunden sospecha a quien llega a ser poderoso”.

El trabajo del odio y de la envidia quedaría incompleto sino hacemos las siguientes precisiones.

1.- La fuente del odio y la envidia es la debilidad. Del que odia, cuando percibe que algún mortal puede poner en peligro su identidad. Y del que envidia, cuando en la comparación con alguien hace conciencia de sus carencias.

2.- La incapacidad para aceptar sus debilidades los conduce al trabajo del odio, es decir, a hacer odiosas, entre otros propósitos, a las personas odiadas o envidiadas.

3.- Y buena parte de ese trabajo consiste en cooptar personas que se ocupen de propalar la mala imagen que sobre ellas han construido los envidiosos y los odiadores. Es decir, de que sean visualizadas como conflictivas, intratables, belicosas e intolerantes.

La cultura actual facilita enormemente la generalización de la odiosidad, porque en ella predomina la imagen sobre la palabra, la emoción sobre la razón, las realidades paralelas, el espectáculo, la posverdad, la mentira, el personaje, el impacto de las redes y las teorías conspirativas sobre la objetividad y las evidencias empíricas. Mundo de incertidumbre donde la verdad y los hechos, como dice Ramonet, terminan por ser sospechosos, precisamente, por ser verdades oficiales o tradicionales. Ese mecanismo fue, en gran medida, el responsable de la victoria de Trump sobre Hillary Clinton, a pesar de las dudas que muchos consultores han tenido sobre él.

En fin, con la odiosidad corremos el riesgo de desconocernos y desconocer a los demás, pues nunca estamos seguros si la imagen que tienen los otros sobre nosotros y la de nosotros acerca de ellos son frutos de este y otros mecanismos. Esto tiende a generar una desconfianza permanente en las relaciones sociales y aún más en las relaciones de poder.

Fuente Listín Diario

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