Primera Palabra:»Padre perdónalos porque no saben lo que hacen»
Mons. José Amable Durán Tineo
No hay amor más grande que dar la vida por los amigos, nos dice el Señor, pero ese amor se hace aún más luminoso, si viene ratificado por los inenarrables sufrimientos de su cuerpo y de su alma vividos en su pasión y muerte de cruz, ¿puede haber una muerte más cruel?
La locura de este amor se manifiesta con mayor esplendor cuando desde el fondo de su alma Jesús exclama: Padre perdónalos. Una de las acciones más difíciles es perdonar, porque el corazón se resiste dado el peso del dolor por la dignidad herida, pisoteada, humillada. Ese dolor es aún más fuerte cuando se es inocente.
No obstante de su boca sale este grito, no sólo porque él es la misericordia encarnada, sino también, porque encuentra una razón, una justificación: No saben lo que hacen. La verdad y el amor se encuentran. Padre, me han negado, traicionado y calumniado, pero perdónalos, porque no saben lo que hacen, se han burlado de mí, me han escupido y bofeteado, pero perdónalos porque no saben lo que hacen, me han coronado de espinas, me han azotado y crucificado, pero perdónalos por que no saben lo que hacen.
La ignorancia es atrevida, dice un dicho. El hombre, abismo de miseria, ignorancia y debilidad, tiene las agallas, la osadía de enjuiciar y condenar al mismo Dios. Reflexionando en este misterio ha dicho el beato Elredo, abad: « Su pecado ciertamente es muy grande, pero su conocimiento de causa muy pequeño; por eso, Padre, perdónalos. Me crucifican, es verdad, pero no saben a quién crucifican, porque, si lo hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre, perdónalos. Ellos me creen un transgresor de la ley, un usurpador de la divinidad, un seductor del pueblo. Les he ocultado mi faz, no han conocido mi majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
Hoy Jesús sigue siendo vendido, negado, traicionado, humillado, escarnecido, burlado, azotado, golpeado, crucificado. En los millones de no nacidos, porque han sido cruel y vilmente asesinados en el vientre de sus propias madres, o tratados como simples objetos de experimento, incapaces siquiera de lanzar un grito o una mirada de dolor que detenga la mano criminal de sus verdugos.
En los niños y adolescentes víctimas de violaciones, en millares mujeres vendidas, humilladas, y asesinadas, en tantos crímenes que quedan impune, en los presos que viven en condiciones inhumanas, en las grandes masas empobrecidas por las injusticias de los depredadores del erario publico y los que engordan evadiendo impuestos para acumular y amasar grandes fortunas.
Hoy también al actualizar tu pasión, muerte y resurrección, como cuerpo místico de Cristo, decimos:
Padre, perdónanos porque en todos ellos está tu propio Hijo que ha dicho: lo que hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicieron. (Mt 25, 40)
Padre, perdónanos, porque por miedo, orgullo, comodidad, nos negamos a reconocerte como nuestro mayor bien y más preciado tesoro, por el cual vale la pena toda renuncia, incluso a la propia vida. “Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios”. (Salmo 62)
Padre, perdónanos porque no tenemos plena conciencia de lo que hacemos. No hemos entendido, que sólo en el bien y la verdad, nos realizamos como personas, y el sumo bien y la verdad plena eres tú mismo.
Padre, perdónanos porque por nuestra ceguera espiritual no entendemos la hondura del pecado y las horribles penas que por ellas merecemos, no acertamos a comprender que es ancho y espacioso el camino que lleva al abismo de la perdición, al fuego eterno.
Padre, perdónanos porque dormidos por la seducción de este mundo no nos detenemos a considerar que no somos dueños de la vida, ni de nada, que cada día es una maravillosa oportunidad fruto de tu amor y misericordia. Porque no somos conscientes de que con la muerte se cierran todas las posibilidades, porque sólo tú eres el Señor de vida y de la historia.
Padre, perdónanos, porque no logramos entender, que toda falta debe ser reparada, resarcida, no como una forma de venganza tuya, sino como exigencia de justicia que lleva a la paz y de purificación necesaria que me capacita para poder contemplar la belleza, la hermosura, la pureza de tu divina majestad.